La Homeopatía fue reconocida en nuestro país, en diciembre de 2009, como
“acto médico” por la Organización Médica Colegial que aprobó en Asamblea que se
regulara su práctica. En España, que sepamos, se enseña como Especialidad en
las Universidades de Barcelona, Bilbao, Málaga, Murcia, Sevilla y Valladolid.
Habitualmente se la incluye, junto a la Acupuntura, la Osteopatía y
otras menos relevantes, en un gran capitulo que responde al título de Medicinas
Alternativas (complementarias, paralelas) a la Medicina Convencional.
Muchos médicos la incluyen en su práctica habitual. Ésta y otras razones
van a hacer de ella una reconocida Especialidad Médica.
De todo esto nos ocupamos en el trabajo que sigue.
MIS ENCUENTROS CON LA HOMEOPATÍA
Dr. Antonio A. Hage Made
Mi primer encuentro fue hace muchos años cuando para estudiar medicina
tuve que trasladarme desde las Islas a
la Península. Entonces, en los primeros días, al pasar por una estrecha,
sórdida y mal conservada calle donde vivía gente aparentemente humilde, me topé
con una placa que anunciaba que en aquella casa ejercía un homeópata. No
encontré a ningún otro en toda la ciudad ni nadie de mi entorno sabía de qué
iba aquello. A nadie, además, parecía interesarle si había alguna relación
entre homeopatía y medicina. Nosotros, los que íbamos para futuros médicos, estábamos
más interesados por la medicina que daba brillo. La palma se la llevaban la cirugía
y algunas especialidades.
El Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas me aclaró lo que era la
homeopatía: sistema médico y terapéutico alemán ideado por Samuel Christian
Friedrich Hahnemann (1755-1843), que se funda en los siguientes principios: ley
de los semejantes, similia similibus curantur: las enfermedades se curan por
sustancias que producen efectos semejantes a los síntomas específicos de las
mismas; dinamismo de las dosis infinitesimales: las drogas producen tanto más
efecto cuanto más diluidas; e
individualización del enfermo y el
medicamento.
La formación profesional la recibí en el campo de la medicina interna. Tuve
la fortuna de trabajar como alumno interno y posteriormente como médico en los
Servicios del Profesor Jiménez Díaz. Allí aprendí todo lo que sé. Especialmente
que una persona no debe ser contemplada de forma fragmentaria porque sana o
enferma constituye una unidad. Unidad que cuando enferma presenta signos –síntomas-
a partir de los cuales se puede elaborar un diagnóstico.
El internista era entonces el centro de la actividad médica
hospitalaria. El especialista, el colaborador necesario. Eso le permitió a Carrel
decir: “el avance de la ciencia médica obliga a consagrar a los especialistas a
partes cada vez más pequeñas del cuerpo humano, pero la síntesis para el
estudio del hombre y del hombre enfermo debe ser elaborada por un solo
cerebro”.
La unidad de la persona enferma. La secuencia lógica para llegar desde
el signo -el síntoma- al diagnóstico.
El rigor intelectual. El interés sin prisas ante el enfermo, filosofía de
aquella Escuela de Medicina, me quedaron, desde entonces, definitivamente
grabados.
Pero aprendí también los otros aspectos de la ciencia médica, los de los
sistemas integrales. Entre ellos, el fundamental sistema inmunitario: el de la
alergia que tanto interesó a Jiménez Díaz.
Hablemos, siguiendo de forma pormenorizada a Abbas AK (Robbins y
Cotran), del sistema inmunitario porque fue a través de él como tuve mi segundo
encuentro con la homeopatía. Me pareció sugestivo relacionar -pese a la
oposición sistemática de los detractores- el aparente estimulo antigénico
inespecífico que empleaban y la respuesta orgánica que decían obtener, en un tipo
de reacción que podría asemejarse a la inmune clásica, a la antígeno-anticuerpo.
Y que, quizá, con técnicas homeopáticas se podría hallar también una base científica
más con la que avanzar en el conocimiento de las enfermedades, refrendando así,
además, el trabajo de esos profesionales.
Expongamos lo que dice la inmunología con la esperanza de que los
homeópatas encuentren paralelismo en ella y puedan lograr que su especialidad sea
no solo útil, sino también científica.
La alergia es un estado de
hipersensibilidad inmediata, una reacción inmunológica que se desarrolla
rápidamente tras la combinación de un antígeno con un anticuerpo ligado a
mastocito en individuos previamente sensibilizados al antígeno.
Con esta definición entramos de lleno en las llamadas reacciones de
hipersensibilidad: las inmediatas (tipo I), las mediadas por anticuerpos (tipo
II) y por inmunocomplejos (tipo III), y las celulares retardadas (tipo IV) que
incluyen reacciones mediadas por células T CD4+ y citotoxicicidad directa
mediada por linfocitos T CD8+. Entramos, también, en las reacciones contra los antígenos
propios, es decir, en la autoinmunidad y en los síndromes de deficiencia
inmunitaria.
El sistema inmunitario y su secuencia operativa, claramente desentrañados,
nos permiten afirmar: “ningún otro sistema orgánico, salvo el nervioso, le
supera en importancia”. Su función es la de proteger de los patógenos a los
individuos a través de dos tipos diferentes de acciones: Las innatas, con las
que se nace, que operan mediante mecanismos de defensa presentes incluso antes de
la infección. Y las que se adquieren, de adaptación, que se estimulan por los microbios
pero que también son capaces de reconocer a otras sustancias antigénicas. La
inmunidad innata es la primera línea de defensa, siempre está lista para evitar
y erradicar las infecciones. La adquirida, que se desarrolla más tarde, es más
poderosa y actúa tras la exposición a alergenos.
Los componentes más importantes de la inmunidad innata son: las barreras
epiteliales; las células fagocíticas, neutrófilos y macrófagos principalmente,
que reclutadas en los sitios de
infección dan lugar a inflamación; las células citolíticas naturales (natural
killer); y las proteínas plasmáticas, incluyendo el complemento. Las células
fagocíticas, reconocen las estructuras microbianas mediante receptores de
membrana (Toll y otros), ingieren los microbios y activan, a través de factores
de transcripción (kB y otros), a citocinas y a proteínas que tienen actividad
microbicida.
Por su parte, la inmunidad adquirida consta de dos factores principales
de mediación: los celulares, responsable de la defensa contra microbios
intracelulares y los humorales, que protegen contra los microbios
extracelulares y sus toxinas. Los primeros, los celulares, mediados por
linfocitos T derivados del timo. Los segundos, los humorales, mediados por
linfocitos B derivados de la médula ósea y por sus productos de secreción, los
anticuerpos.
Cada célula T está programada genéticamente para reconocer un antígeno
específico ligado a una célula presentadora, mediante un receptor específico
para antígeno (TCR). El receptor TCR reconoce los péptidos expuestos, presentes
en la superficie de las células presentadoras, mediante moléculas del llamado complejo
mayor de histocompatibilidad (MHC). Cada receptor TCR está unido a un conjunto
de cadenas polipeptídicas. Una, denominada complejo molecular CD3 -que no liga
antígeno- implicada en la transducción de señales dentro de la célula. Y otras -que
expresan moléculas no polimórficas accesorias- conocidas con distintos nombres:
CD4, CD8, CD2, integrinas, CD28.
Las células CD4 y CD8, llamadas
respectivamente colaboradoras y citotóxicas, se expresan en subpoblaciones de
células T mutuamente excluyentes. Las células T CD4+ colaboradoras, pueden
reconocer y responder al antígeno solamente en contacto con las moléculas MHC
de clase II. Las células T CD8+ citotóxicas, reconocen los antígenos ligados a célula
solamente en asociación con las moléculas MHC de clase I. Las moléculas CD4+ y
CD8+ son necesarias para iniciar las señales que activan las células T; realizan
funciones distintas pero superpuestas.
CD4 puede considerarse el regulador principal. Al secretar citocinas
influye en la función del resto de las células del sistema inmunitario,
incluyendo: otras células T, células B, macrófagos y células NK. “El papel
central de la célula CD4+ queda trágicamente ilustrado ante el efecto del virus
de la inmunodeficiencia humana que mutila el sistema inmunitario mediante la
destrucción selectiva de este subgrupo de células T”.
Se han identificadas dos
poblaciones funcionalmente distintas de células CD4 colaboradoras sobre la base
de las diferentes citocinas que producen: El subgrupo Th1, que sintetiza y
secreta IL-2 e interferón gamma. Y el de células Th2, que producen IL-4, IL-5 e
IL-13. La distinción es significativa porque las citocinas secretadas tienen
efectos diferentes sobre otras células inmunitarias. El subgrupo Th1, está
implicado en facilitar la hipersensibilidad retardada, en la activación de
macrófagos y en la síntesis de anticuerpos de opsonización y fijadores de
complemento. El subgrupo Th2, ayuda a la síntesis de otros anticuerpos,
especialmente IgE y en la activación de eosinófilos.
Los linfocitos B, que se desarrollan a partir de precursores en la médula
ósea, se encuentran en los ganglios linfáticos, en el bazo y en las amígdalas.
Reconocen al antígeno a través del complejo receptor antigénico de célula B, en
el que inmunoglobulinas M y D -presentes en la superficie de todas las células
B vírgenes- constituyen el componente fijador de antígeno del complejo receptor.
Las células B expresan otras moléculas no polimórficas que incluyen importantes
receptores del complemento, los Fc y CD40; entre ellos, el receptor-2 (CD-21) que
es receptor también del virus de Epstein-Barr y diana, por lo tanto, de la infección.
El resultado de la activación de
la célula B, es su diferenciación final en células plasmáticas secretoras de
anticuerpos. La respuesta de las células B a los antígenos proteicos requiere
la ayuda de las células T CD4+. La interacción es esencial para la maduración y
la secreción de anticuerpos IgG, IgA e IgE.
Los otros componentes del sistema inmunitario los describimos -por ser
suficientemente conocidos- de forma sucinta para no alargar la exposición.
Incluye: Macrófagos activados por citocinas que fagocitan microbios y antígenos
proteicos para presentarlos a las células T. Células dendríticas -tanto dendríticas
inmaduras (células de Langerhans) como foliculares-
que son las más importantes presentadoras de antígeno.
Células citolíticas naturales que dotadas de
capacidad innata no necesitan sensibilización previa. Y citocinas que actúan
como mediadoras solubles del sistema.
Con lo ya expuesto, podemos preguntarnos ¿cuál es la esencia de las reacciones
inmunitarias? ¿podemos reforzarlas o modificarlas? Veamos:
Los primeros estudios sobre inmunización (P. Creticos y P. Norman, en
JAMA), fueron realizados por Pasteur y
Jenner y condujeron: Por un lado, al campo de las vacunas, tan eficaces que han
llegado a erradicar virtualmente enfermedades como la viruela o la
poliomielitis. Por otro, al de la inmunoterapia de las enfermedades alérgicas
basado: En los trabajos de Freeman y De Noon que en 1911 intentaron la
inmunización de pacientes con “fiebre del heno” mediante inyecciones seriadas
de extractos de polen. En los de Prausnitz y Küstner que en 1921 descubrieron
la existencia de cierto factor sérico que transfería el habón “alérgico” y las
reacciones inflamatorias de un individuo a otro. En los de los Ishizaka que dieron
a conocer que la inmunoglobulina E era el “anticuerpo reagínico” responsable de
la transferencia pasiva del fenómeno alérgico. Y en otros estudios, que han demostrado
que los pacientes sometidos a tratamientos con inyecciones alérgicas
desarrollan con posterioridad anticuerpos “bloqueadores” que tienen capacidad
de inhibir la reacción de transferencia pasiva de Prausnitz y Küstner; el
tiempo demostró que el anticuerpo inducido era inmunoglobulina G.
Esos estudios y otros posteriores, configuraron la infraestructura
básica de la respuesta alérgica y han demostrado: Que los resultados clínicos
dependen de la administración de una dosis adecuada. Que las pequeñas dosis producen
tasas pequeñas de éxito o ningún éxito. Que los resultados son específicos,
eficaces solo para los alergenos administrados y sin ningún efecto contra alergenos
que no estén incluidos en el extracto específico. Que pueden darse recaídas si
se suspende la inmunoterapia de mantenimiento o de refuerzo. Y se concretó que
la inmunoterapia abarcaba: La inmunización activa y pasiva. Los tratamientos
con inmunopotenciadores e inmunosupresores. Y la hiposensibilización en los
trastornos alérgicos, los trasplantes de médula ósea y los implantes de timo.
Nos preguntamos ahora ¿no está diciendo la homeopatía con sus viejas
teorías empíricas cosas próximas a la ortodoxia científica? ¿no se vale aparentemente
de técnicas de estimulación -si es que estimulan- parecidas a las inmunológicas?
¿no hay rasgos qué las asemejan? ¿no hay qué tenerla en cuenta cuando está de moda
y es muy solicitada?
Analicemos algunos de sus rasgos distintivos:
La homeopatía considera la individualidad de quien enferma; se aproxima a la conocida
sentencia de C. Bernard: “no hay enfermedades, solo enfermos”. Emplea
medicamentos de igual o de parecida naturaleza a la de los agentes causantes de
las enfermedades, lo que conlleva cierto grado de especificidad. Utiliza técnicas
similares a las usadas en las respuestas alérgicas. La medicación que emplea es
repetitiva, lo que podría dar lugar a que los estímulos –aunque lo sean en
dosis demasiado diluidas- terminen por ser eficaces. En pocas palabras y dentro
de las conjeturas ¿no se estarán activando mecanismos inmunitarios de
adaptación? Si tenemos en cuenta que la homeopatía se ha movido siempre en el pragmatismo,
con poca investigación médica ¿hay quién de más con menos?
Mi tercer encuentro con los homeópatas ha sido reciente. Los he
encontrado integrados con organización propia en el Colegio de Médicos al que pertenezco.
Y escribo este modesto trabajo en pro de ellos por dos razones:
La primera, porque les he oído decir
cosas tan claras como: Muchos enfermos vienen ahora a vernos; algunos, incluso,
han sido tratados antes con poco éxito con métodos tradicionales. Constatamos que los
pacientes se mejoran con nuestros tratamientos, recomendándonos a sus
allegados. Somos médicos y sabemos cuando un enfermo es tributario de cirugía
y, por tanto, ajeno a nuestra “especialidad”. Damos un gran valor a la relación
personal porque vemos al enfermo en su integridad, lejos de la fragmentación. No
tenemos prisa, dedicamos mucho tiempo a cada uno de nuestros pacientes. Ejercemos
la medicina directamente, de forma ambulatoria, aunque existen hospitales para nuestra
especialidad que es, para unos, “pseudociencia” y, para otros, “medicina
alternativa”.
La segunda, porque llevo tiempo escuchando críticas desde la medicina convencional
que me parecen exageradas e injustas porque a estas alturas de la vida no estoy
seguro de quien hace mejor la medicina del día a día. Pero, especialmente,
porque he aceptado de buena fe el irrebatible aserto de los homeópatas que
aseguran: “muchos enfermos se curan con nuestros tratamientos”. Expresión que
me parece sincera y que contrasta con la manifiesta superficialidad de los
detractores que aseguran que las curaciones se deben en esos casos a la autosugestión,
al efecto placebo, a la casualidad o a cualquier otro falso motivo, pero nunca
al beneficio que por sí misma pueda reportar la homeopatía. Añado: la medicina
convencional cuando se practica de forma ambulatoria puede ser tan gratificante
o tan pobre como las otras, como las “alternativas. No hay, pues, que arrogarse
inmerecidos éxitos, los que todos debemos a la medicina de investigación que
inexorable, aunque en otra dimensión, viene marcando el rumbo a seguir.
La homeopatía fue reconocida, en diciembre de 2009, como “acto médico”
por la Organización Medica Colegial de España que aprobó en Asamblea que “se
regulara su práctica”. Si bien, en Diciembre de 2011, el Ministerio de Sanidad
publicó un pobre Documento de “análisis de situación de las terapias naturales”
que en resumen decía: en general, las revisiones realizadas concluyen que la
homeopatía no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o
situación clínica concreta. Los resultados de los ensayos clínicos disponibles son
muy contradictorios. Resulta difícil interpretar que los resultados favorables
encontrados en algunos ensayos sean diferenciables del efecto placebo.
Pese a todo, la homeopatía está reconocida y se enseña como
“especialidad” en Universidades españolas: en Barcelona, Bilbao, Málaga,
Murcia, Sevilla y Valladolid.
Como colofón, quiero añadir unas leves consideraciones intentando
matizar las encontradas posiciones. A los homeópatas les aconsejaría ¿por qué
no recurren más a la demostración científica y a la experimentación? ¿por qué
no profundizan, por ejemplo, en el llamado Método Homeopático Activador Natural
del Sistema Inmunológico (HANSI) donde unos homeópatas -los doctores D. See, J.
Tiles y otros, de la Universidad de California en Irvine- parecen haber
demostrado con experimentos e investigación homeopática “un mejor
comportamiento” de las células CD4 y CD8, así como una mayor actividad de las células
NK y de otros linfocitos del sistema inmune? ¿por qué no modifican las diluciones
medicamentosas que utilizan consideradas por todos como inoperantes?
A los médicos, particularmente a los generalistas tan críticos con la
homeopatía, les preguntaría ¿creen qué en la medicina del día a día, la del cara
a cara con el enfermo, obtienen mejores resultados que los homeópatas? ¿no
constatan qué el diagnóstico preciso ambulatorio es la mayor parte de las veces
imposible sin recurrir a prolongadas pruebas diagnósticas y que los
tratamientos son en gran parte sintomáticos, inespecíficos? ¿no ven qué en la
práctica, los enfermos, ante médicos con similar saber profesional optan, si se
les permite, por el que les dedica más atención, por el que les demuestra mayor
interés y afecto, por el que se compadece con ellos? ¿no reparan en el escaso
tiempo -minutos muchas veces- que la medicina convencional dedica a los
pacientes y que la culminación del acto médico está precisamente en su
humanización? ¿dónde queda en la práctica, pues, la superioridad de unos sobre
otros?
Concluyo, recordándoles a los muchos opositores a la homeopatía que en
medicina siempre es arriesgado hacer aseveraciones categóricas cuando no se
tiene la fehaciente constatación y el apoyo del experimento científico y que
mientras no se objetive con demostraciones rigurosas lo que hoy se denuncia
como falso hay que dejar que los homeópatas traten a los pacientes según su
saber porque, además, están habilitados para ello.