domingo, 12 de enero de 2014

Homeopatía

        
  La Homeopatía fue reconocida en nuestro país, en diciembre de 2009, como “acto médico” por la Organización Médica Colegial que aprobó en Asamblea que se regulara su práctica. En España, que sepamos, se enseña como Especialidad en las Universidades de Barcelona, Bilbao, Málaga, Murcia, Sevilla y Valladolid.

          Habitualmente se la incluye, junto a la Acupuntura, la Osteopatía y otras menos relevantes, en un gran capitulo que responde al título de Medicinas Alternativas (complementarias, paralelas) a la Medicina Convencional.

          Muchos médicos la incluyen en su práctica habitual. Ésta y otras razones van a hacer de ella una reconocida Especialidad Médica.

          De todo esto nos ocupamos en el trabajo que sigue.          
          
                                                                                                 
MIS ENCUENTROS CON LA HOMEOPATÍA

Dr. Antonio A. Hage Made  


          Mi primer encuentro fue hace muchos años cuando para estudiar medicina tuve  que trasladarme desde las Islas a la Península. Entonces, en los primeros días, al pasar por una estrecha, sórdida y mal conservada calle donde vivía gente aparentemente humilde, me topé con una placa que anunciaba que en aquella casa ejercía un homeópata. No encontré a ningún otro en toda la ciudad ni nadie de mi entorno sabía de qué iba aquello. A nadie, además, parecía interesarle si había alguna relación entre homeopatía y medicina. Nosotros, los que íbamos para futuros médicos, estábamos más interesados por la medicina que daba brillo. La palma se la llevaban la cirugía y algunas especialidades.

          El Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas me aclaró lo que era la homeopatía: sistema médico y terapéutico alemán ideado por Samuel Christian Friedrich Hahnemann (1755-1843), que se funda en los siguientes principios: ley de los semejantes, similia similibus curantur: las enfermedades se curan por sustancias que producen efectos semejantes a los síntomas específicos de las mismas; dinamismo de las dosis infinitesimales: las drogas producen tanto más efecto cuanto más diluidas; e   
individualización del enfermo y el medicamento.

          La formación profesional la recibí en el campo de la medicina interna. Tuve la fortuna de trabajar como alumno interno y posteriormente como médico en los Servicios del Profesor Jiménez Díaz. Allí aprendí todo lo que sé. Especialmente que una persona no debe ser contemplada de forma fragmentaria porque sana o enferma constituye una unidad. Unidad que cuando enferma presenta signos –síntomas- a partir de los cuales se puede elaborar un diagnóstico.

          El internista era entonces el centro de la actividad médica hospitalaria. El especialista, el colaborador necesario. Eso le permitió a Carrel decir: “el avance de la ciencia médica obliga a consagrar a los especialistas a partes cada vez más pequeñas del cuerpo humano, pero la síntesis para el estudio del hombre y del hombre enfermo debe ser elaborada por un solo cerebro”.

          La unidad de la persona enferma. La secuencia lógica para llegar desde el signo   -el síntoma- al diagnóstico. El rigor intelectual. El interés sin prisas ante el enfermo, filosofía de aquella Escuela de Medicina, me quedaron, desde entonces, definitivamente grabados.
   
          Pero aprendí también los otros aspectos de la ciencia médica, los de los sistemas integrales. Entre ellos, el fundamental sistema inmunitario: el de la alergia que tanto interesó a Jiménez Díaz.

          Hablemos, siguiendo de forma pormenorizada a Abbas AK (Robbins y Cotran), del sistema inmunitario porque fue a través de él como tuve mi segundo encuentro con la homeopatía. Me pareció sugestivo relacionar -pese a la oposición sistemática de los detractores- el aparente estimulo antigénico inespecífico que empleaban y la respuesta orgánica que decían obtener, en un tipo de reacción que podría asemejarse a la inmune clásica, a la antígeno-anticuerpo. Y que, quizá, con técnicas homeopáticas se podría hallar también una base científica más con la que avanzar en el conocimiento de las enfermedades, refrendando así, además, el trabajo de esos profesionales.

          Expongamos lo que dice la inmunología con la esperanza de que los homeópatas encuentren paralelismo en ella y puedan lograr que su especialidad sea no solo útil, sino también científica.                 

          La alergia es un estado de hipersensibilidad inmediata, una reacción inmunológica que se desarrolla rápidamente tras la combinación de un antígeno con un anticuerpo ligado a mastocito en individuos previamente sensibilizados al antígeno.

          Con esta definición entramos de lleno en las llamadas reacciones de hipersensibilidad: las inmediatas (tipo I), las mediadas por anticuerpos (tipo II) y por inmunocomplejos (tipo III), y las celulares retardadas (tipo IV) que incluyen reacciones mediadas por células T CD4+ y citotoxicicidad directa mediada por linfocitos T CD8+. Entramos, también, en las reacciones contra los antígenos propios, es decir, en la autoinmunidad y en los síndromes de deficiencia inmunitaria.       

          El sistema inmunitario y su secuencia operativa, claramente desentrañados, nos permiten afirmar: “ningún otro sistema orgánico, salvo el nervioso, le supera en importancia”. Su función es la de proteger de los patógenos a los individuos a través de dos tipos diferentes de acciones: Las innatas, con las que se nace, que operan mediante mecanismos de defensa presentes incluso antes de la infección. Y las que se adquieren, de adaptación, que se estimulan por los microbios pero que también son capaces de reconocer a otras sustancias antigénicas. La inmunidad innata es la primera línea de defensa, siempre está lista para evitar y erradicar las infecciones. La adquirida, que se desarrolla más tarde, es más poderosa y actúa tras la exposición a alergenos.   

          Los componentes más importantes de la inmunidad innata son: las barreras epiteliales; las células fagocíticas, neutrófilos y macrófagos principalmente, que  reclutadas en los sitios de infección dan lugar a inflamación; las células citolíticas naturales (natural killer); y las proteínas plasmáticas, incluyendo el complemento. Las células fagocíticas, reconocen las estructuras microbianas mediante receptores de membrana (Toll y otros), ingieren los microbios y activan, a través de factores de transcripción (kB y otros), a citocinas y a proteínas que tienen actividad microbicida.  
  
          Por su parte, la inmunidad adquirida consta de dos factores principales de mediación: los celulares, responsable de la defensa contra microbios intracelulares y los humorales, que protegen contra los microbios extracelulares y sus toxinas. Los primeros, los celulares, mediados por linfocitos T derivados del timo. Los segundos, los humorales, mediados por linfocitos B derivados de la médula ósea y por sus productos de secreción, los anticuerpos.

          Cada célula T está programada genéticamente para reconocer un antígeno específico ligado a una célula presentadora, mediante un receptor específico para antígeno (TCR). El receptor TCR reconoce los péptidos expuestos, presentes en la superficie de las células presentadoras, mediante moléculas del llamado complejo mayor de histocompatibilidad (MHC). Cada receptor TCR está unido a un conjunto de cadenas polipeptídicas. Una, denominada complejo molecular CD3 -que no liga antígeno- implicada en la transducción de señales dentro de la célula. Y otras -que expresan moléculas no polimórficas accesorias- conocidas con distintos nombres: CD4, CD8, CD2, integrinas, CD28.

          Las células CD4 y CD8, llamadas respectivamente colaboradoras y citotóxicas, se expresan en subpoblaciones de células T mutuamente excluyentes. Las células T CD4+ colaboradoras, pueden reconocer y responder al antígeno solamente en contacto con las moléculas MHC de clase II. Las células T CD8+ citotóxicas, reconocen los antígenos ligados a célula solamente en asociación con las moléculas MHC de clase I. Las moléculas CD4+ y CD8+ son necesarias para iniciar las señales que activan las células T; realizan funciones distintas pero superpuestas.

          CD4 puede considerarse el regulador principal. Al secretar citocinas influye en la función del resto de las células del sistema inmunitario, incluyendo: otras células T, células B, macrófagos y células NK. “El papel central de la célula CD4+ queda trágicamente ilustrado ante el efecto del virus de la inmunodeficiencia humana que mutila el sistema inmunitario mediante la destrucción selectiva de este subgrupo de células T”.

          Se han identificadas dos poblaciones funcionalmente distintas de células CD4 colaboradoras sobre la base de las diferentes citocinas que producen: El subgrupo Th1, que sintetiza y secreta IL-2 e interferón gamma. Y el de células Th2, que producen IL-4, IL-5 e IL-13. La distinción es significativa porque las citocinas secretadas tienen efectos diferentes sobre otras células inmunitarias. El subgrupo Th1, está implicado en facilitar la hipersensibilidad retardada, en la activación de macrófagos y en la síntesis de anticuerpos de opsonización y fijadores de complemento. El subgrupo Th2, ayuda a la síntesis de otros anticuerpos, especialmente IgE y en la activación de eosinófilos.

          Los linfocitos B, que se desarrollan a partir de precursores en la médula ósea, se encuentran en los ganglios linfáticos, en el bazo y en las amígdalas. Reconocen al antígeno a través del complejo receptor antigénico de célula B, en el que inmunoglobulinas M y D -presentes en la superficie de todas las células B vírgenes- constituyen el componente fijador de antígeno del complejo receptor. Las células B expresan otras moléculas no polimórficas que incluyen importantes receptores del complemento, los Fc y CD40; entre ellos, el receptor-2 (CD-21) que es receptor también del virus de Epstein-Barr y diana, por lo tanto, de la infección.

          El resultado de la activación de la célula B, es su diferenciación final en células plasmáticas secretoras de anticuerpos. La respuesta de las células B a los antígenos proteicos requiere la ayuda de las células T CD4+. La  interacción es esencial para la maduración y la secreción de anticuerpos IgG, IgA e IgE.

          Los otros componentes del sistema inmunitario los describimos -por ser suficientemente conocidos- de forma sucinta para no alargar la exposición. Incluye: Macrófagos activados por citocinas que fagocitan microbios y antígenos proteicos para presentarlos a las células T. Células dendríticas -tanto dendríticas inmaduras (células de Langerhans) como  foliculares- que son las más importantes presentadoras de antígeno.
Células citolíticas naturales que dotadas de capacidad innata no necesitan sensibilización previa. Y citocinas que actúan como mediadoras solubles del sistema.   
         
          Con lo ya expuesto, podemos preguntarnos ¿cuál es la esencia de las reacciones inmunitarias? ¿podemos reforzarlas o modificarlas? Veamos:   

          Los primeros estudios sobre inmunización (P. Creticos y P. Norman, en JAMA),  fueron realizados por Pasteur y Jenner y condujeron: Por un lado, al campo de las vacunas, tan eficaces que han llegado a erradicar virtualmente enfermedades como la viruela o la poliomielitis. Por otro, al de la inmunoterapia de las enfermedades alérgicas basado: En los trabajos de Freeman y De Noon que en 1911 intentaron la inmunización de pacientes con “fiebre del heno” mediante inyecciones seriadas de extractos de polen. En los de Prausnitz y Küstner que en 1921 descubrieron la existencia de cierto factor sérico que transfería el habón “alérgico” y las reacciones inflamatorias de un individuo a otro. En los de los Ishizaka que dieron a conocer que la inmunoglobulina E era el “anticuerpo reagínico” responsable de la transferencia pasiva del fenómeno alérgico. Y en otros estudios, que han demostrado que los pacientes sometidos a tratamientos con inyecciones alérgicas desarrollan con posterioridad anticuerpos “bloqueadores” que tienen capacidad de inhibir la reacción de transferencia pasiva de Prausnitz y Küstner; el tiempo demostró que el anticuerpo inducido era inmunoglobulina G.

          Esos estudios y otros posteriores, configuraron la infraestructura básica de la respuesta alérgica y han demostrado: Que los resultados clínicos dependen de la administración de una dosis adecuada. Que las pequeñas dosis producen tasas pequeñas de éxito o ningún éxito. Que los resultados son específicos, eficaces solo para los alergenos administrados y sin ningún efecto contra alergenos que no estén incluidos en el extracto específico. Que pueden darse recaídas si se suspende la inmunoterapia de mantenimiento o de refuerzo. Y se concretó que la inmunoterapia abarcaba: La inmunización activa y pasiva. Los tratamientos con inmunopotenciadores e inmunosupresores. Y la hiposensibilización en los trastornos alérgicos, los trasplantes de médula ósea y los implantes de timo.

          Nos preguntamos ahora ¿no está diciendo la homeopatía con sus viejas teorías empíricas cosas próximas a la ortodoxia científica? ¿no se vale aparentemente de técnicas de estimulación -si es que estimulan- parecidas a las inmunológicas? ¿no hay rasgos qué las asemejan? ¿no hay qué tenerla en cuenta cuando está de moda y es muy solicitada?

          Analicemos algunos de sus rasgos distintivos: La homeopatía considera la individualidad de quien enferma; se aproxima a la conocida sentencia de C. Bernard: “no hay enfermedades, solo enfermos”. Emplea medicamentos de igual o de parecida naturaleza a la de los agentes causantes de las enfermedades, lo que conlleva cierto grado de especificidad. Utiliza técnicas similares a las usadas en las respuestas alérgicas. La medicación que emplea es repetitiva, lo que podría dar lugar a que los estímulos –aunque lo sean en dosis demasiado diluidas- terminen por ser eficaces. En pocas palabras y dentro de las conjeturas ¿no se estarán activando mecanismos inmunitarios de adaptación? Si tenemos en cuenta que la homeopatía se ha movido siempre en el pragmatismo, con poca investigación médica ¿hay quién de más con menos?

          Mi tercer encuentro con los homeópatas ha sido reciente. Los he encontrado integrados con organización propia en el Colegio de Médicos al que pertenezco. Y escribo este modesto trabajo en pro de ellos por dos razones:

          La primera, porque les he oído decir cosas tan claras como: Muchos enfermos vienen ahora a vernos; algunos, incluso, han sido tratados antes con poco éxito con  métodos tradicionales. Constatamos que los pacientes se mejoran con nuestros tratamientos, recomendándonos a sus allegados. Somos médicos y sabemos cuando un enfermo es tributario de cirugía y, por tanto, ajeno a nuestra “especialidad”. Damos un gran valor a la relación personal porque vemos al enfermo en su integridad, lejos de la fragmentación. No tenemos prisa, dedicamos mucho tiempo a cada uno de nuestros pacientes. Ejercemos la medicina directamente, de forma ambulatoria, aunque existen hospitales para nuestra especialidad que es, para unos, “pseudociencia” y, para otros, “medicina alternativa”.

          La segunda, porque llevo tiempo escuchando críticas desde la medicina convencional que me parecen exageradas e injustas porque a estas alturas de la vida no estoy seguro de quien hace mejor la medicina del día a día. Pero, especialmente, porque he aceptado de buena fe el irrebatible aserto de los homeópatas que aseguran: “muchos enfermos se curan con nuestros tratamientos”. Expresión que me parece sincera y que contrasta con la manifiesta superficialidad de los detractores que aseguran que las curaciones se deben en esos casos a la autosugestión, al efecto placebo, a la casualidad o a cualquier otro falso motivo, pero nunca al beneficio que por sí misma pueda reportar la homeopatía. Añado: la medicina convencional cuando se practica de forma ambulatoria puede ser tan gratificante o tan pobre como las otras, como las “alternativas. No hay, pues, que arrogarse inmerecidos éxitos, los que todos debemos a la medicina de investigación que inexorable, aunque en otra dimensión, viene marcando el rumbo a seguir.

          La homeopatía fue reconocida, en diciembre de 2009, como “acto médico” por la Organización Medica Colegial de España que aprobó en Asamblea que “se regulara su práctica”. Si bien, en Diciembre de 2011, el Ministerio de Sanidad publicó un pobre Documento de “análisis de situación de las terapias naturales” que en resumen decía: en general, las revisiones realizadas concluyen que la homeopatía no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta. Los resultados de los ensayos clínicos disponibles son muy contradictorios. Resulta difícil interpretar que los resultados favorables encontrados en algunos ensayos sean diferenciables del efecto placebo.

         Pese a todo, la homeopatía está reconocida y se enseña como “especialidad” en Universidades españolas: en Barcelona, Bilbao, Málaga, Murcia, Sevilla y Valladolid.

          Como colofón, quiero añadir unas leves consideraciones intentando matizar las encontradas posiciones. A los homeópatas les aconsejaría ¿por qué no recurren más a la demostración científica y a la experimentación? ¿por qué no profundizan, por ejemplo, en el llamado Método Homeopático Activador Natural del Sistema Inmunológico (HANSI) donde unos homeópatas -los doctores D. See, J. Tiles y otros, de la Universidad de California en Irvine- parecen haber demostrado con experimentos e investigación homeopática “un mejor comportamiento” de las células CD4 y CD8, así como una mayor actividad de las células NK y de otros linfocitos del sistema inmune? ¿por qué no modifican las diluciones medicamentosas que utilizan consideradas por todos como inoperantes?

          A los médicos, particularmente a los generalistas tan críticos con la homeopatía, les preguntaría ¿creen qué en la medicina del día a día, la del cara a cara con el enfermo, obtienen mejores resultados que los homeópatas? ¿no constatan qué el diagnóstico preciso ambulatorio es la mayor parte de las veces imposible sin recurrir a prolongadas pruebas diagnósticas y que los tratamientos son en gran parte sintomáticos, inespecíficos? ¿no ven qué en la práctica, los enfermos, ante médicos con similar saber profesional optan, si se les permite, por el que les dedica más atención, por el que les demuestra mayor interés y afecto, por el que se compadece con ellos? ¿no reparan en el escaso tiempo -minutos muchas veces- que la medicina convencional dedica a los pacientes y que la culminación del acto médico está precisamente en su humanización? ¿dónde queda en la práctica, pues, la superioridad de unos sobre otros?

          Concluyo, recordándoles a los muchos opositores a la homeopatía que en medicina siempre es arriesgado hacer aseveraciones categóricas cuando no se tiene la fehaciente constatación y el apoyo del experimento científico y que mientras no se objetive con demostraciones rigurosas lo que hoy se denuncia como falso hay que dejar que los homeópatas traten a los pacientes según su saber porque, además, están habilitados para ello.          
                                                                                                                                   
                                                                                                      

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