jueves, 23 de enero de 2014

Medicinas naturales


          Estamos ante una enorme paradoja. Cuando la medicina de investigación -asombrosa en su avance- es aceptada por todos, la “asistencial”, la del día a día, la que se practica en la consulta ambulatoria “cara a cara”, decae. Ocurre por dos razones de peso. Una, el médico de cabecera no ha sabido adaptar su rol a los tiempos actuales. Dos, el enfermo ha perdido la confianza en su médico por razones que analizamos a continuación. Ante ello, nos preguntamos: ¿resulta extraño que el enfermo sienta hoy una especial atracción por las llamadas medicinas alternativas? 

LO ALTERNATIVO A LA MEDICINA

Dr. Antonio A. Hage Made


Lo médico, y todo lo que gira en su entorno, ha llegado a tal grado de complejidad, confusión, abigarramiento, particulares intereses incluso, que hacen aconsejable:

O un gran acuerdo clarificador que marque con precisión los límites. O imponer orden desde la propia medicina -con legitimidad para ello- sobre unas actividades ¡medicinas alternativas o complementarias suelen denominarse! creadas al libre albedrío, sin razones científicas de peso, sin rigor, sin siquiera titulación adecuada en muchas ocasiones de quienes han decidido que el complejo y trascendental mundo científico médico puede ser invadido a capricho. 

No afirmamos nada nuevo si decimos que el afán por ocupar el terreno de lo ajeno es una tentación muy fuerte en ciertas personas, en instituciones y en colectividades. Y esto es, precisamente, lo que ha venido ocurriendo -con protesta o sin ella de la propia medicina- mientras se configuraba un insostenible panorama. 

Definamos, por su utilidad al presente trabajo, los términos siguientes: 

Medicina: Ciencia que trata de las enfermedades y de su curación. Arte y ciencia del diagnóstico y tratamiento de las enfermedades y de la conservación de la salud. 

Médico: Profesional altamente cualificado en materia sanitaria, graduado por una Facultad de Medicina, capaz de dar respuestas acertadas a los problemas de salud.

Enfermedad: Alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo. De etiología en general conocida, se manifiesta por síntomas y signos característicos cuya evolución es más o menos previsible. 

Investigación biomédica: Campo del saber que tiene como objetivo primordial la investigación en el ámbito de la salud, así como profundizar en los mecanismos moleculares, bioquímicos, celulares, genéticos, fisiopatológicos y epidemiológicos de las enfermedades y de los problemas de salud estableciendo las estrategias para su prevención y tratamiento.

En base a esta limitada terminología se ha levantado el ingente mundo de la ciencia médica. Lo demás, le ha llegado por añadidura. Por la científica, naturalmente, pero también, lamentablemente, por la otra, por la “del capricho, el interés, o la moda”.

Simplificando mucho intentaremos mostrar desde dónde partimos y adónde queremos llegar:

En un principio, y por mucho tiempo, existió el hombre enfermo y el hombre que ayudaba a quienes padecían enfermedades. Así sucedió durante largas etapas de la vida de la humanidad. Hasta que algunos “sanadores” comenzaron a ocuparse de una parte concreta del cuerpo humano, momento en el que podemos decir que nació la especialización, la “especialidad”. De forma paralela, aunque lenta y lejana, caminaba una rudimentaria investigación. 

Al paso del tiempo se fue invirtiendo lo existente. La investigación se puso a la cabeza de la ciencia médica. La medicina asistencial pasó fundamentalmente a manos de los médicos generalistas -de cabecera- y lo particular quedó al cuidado de los especialistas. Todo eso configuró, en visión simple, lo que fue la medicina hasta hace pocos años. 

Hasta tal punto han sucedido así las cosas que mi generación -y las posteriores- ha vivido en esos esquemas tradicionales de la organización médica. Porque ¿quién no recuerda al médico “de la familia” al que se acudía para casi todo?, el que curaba sin tasa de tiempo y ¿quién, culminado con éxito el tratamiento cuando ello era factible, daba el alta oportuna aunque a veces precisara de la apoyatura del análisis general (sangre y orina), de la radiografía simple (tórax, abdomen, ósea) y, menos frecuentemente, de la interconsulta con el Especialista? Los casos clínicos graves, importantes, o de difícil diagnóstico, eran ingresados en hospitales o en clínicas donde con más complejos medios se trabajaba en equipo. Los casos más llevaderos se atendían en los propios domicilios en una práctica que entonces ya era inadecuada porque, ni antes ni mucho menos ahora resulta apropiado dejar el cuidado diario de los pacientes en otras manos que no sean las profesionales.

Esa era una forma simple de actuación, eficiente, humanizada, asumida, en general, por la sociedad. Pero el devenir de la historia imprimió cambios importantes en las costumbres, los usos y los intereses de la propia vida que repercutieron en el acto médico y en el comportamiento de la medicina con el enfermo -también del enfermo con la medicina- que poco tenían que ver con lo anteriormente conocido.

Arduo resulta por ello abordar tema tan complejo en el que existen tantas partes implicadas. Porque combinar el papel del profesional, las necesidades de los enfermos, la universalización de la sanidad, el encaje de lo moderno en lo arcaico, el aprovechamiento de la asombrosa medicina de investigación, la medicina de equipo, la irrupción de las llamadas medicinas alternativas, etc., sólo somos capaces de hacerlo descomponiendo las piezas principales del rompecabezas que titularemos “los cambios”, donde contraponemos, además, lo antiguo con lo reciente.

Los Cambios:

El Enfermo.

El enfermo en el reciente pasado acudía al médico con muchísima menos frecuencia que en el presente. Solía tener su médico de cabecera próximo, privado, que resolvía todos sus problemas. Menos veces utilizaba la Sanidad Pública (el Seguro de Enfermedad) aunque a veces lo hacía si necesitaba recetas -que eran gratuitas- partes de baja, estudios complementarios (análisis, radiografías), consulta con algún especialista, ingreso hospitalario, y poco más. Compaginaba la sanidad pública con la privada o utilizaba a una sola una de ellas, sin conflictos de ninguna clase.

El tiempo cambió el rol. El paciente comenzó a acudir frecuentemente a la Sanidad Pública y a utilizar abusivamente los recursos que esta le ofrecía. Gastaba mucho en medicinas que eran semigratuitas. Alargaba, si podía, las bajas que utilizaba, incluso, para resolver asuntos particulares. Solicitaba frecuentemente todo tipo de pruebas complementarias costosas, reiterativas, así como interconsultas con los variados especialistas. En pocas palabras, cargaba sin medida con todo lo que le ofrecía una sanidad “universal y gratuita” que le permitía el abuso. El “usuario” (feo término acuñado por no se sabe quién) se hizo relativamente dependiente del Sistema de Salud. 

Conclusión: El enfermo, desorientado, fue alejándose de su médico de cabecera al que casi ni veía y con el que dialogaba poco; perdió con ello su referencia y su sabio consejo. Divagaba entre unos y otros dejándose llevar por la propaganda, la moda y los consejos generalmente erróneos de pseudoprofesionales o de simples aficionados. 

El Médico Generalista: 

Heredero del médico de cabecera -“de la familia”- fue siempre, y debe continuar siéndolo, el centro de la vida médica pese a su infravaloración actual que le ha llevado a aceptar consignas desde todos los lugares, siendo particularmente penosas las que se ve obligado a cumplir cuando se las demanda otro médico que no tiene ni más categoría ni mayores conocimientos que los suyos.

Un “generalista” -y no digamos un “internista”- con buena formación profesional que se encuentre adornado por cualidades humanísticas, es la cumbre de la medicina asistencial. Es el firme asidero al que ha pretendido llegar siempre el enfermo que busca no sólo encontrar en la ciencia seguridad, sino también interés, afecto, dirección, así como serenidad y ayuda psicológica para “su caso clínico”. Y este era el perfil que ofrecía el médico de cabecera hasta que la medicina social -tan útil en otros aspectos- impuso un cambio que ha hecho que ese tipo de médicos resulte rara avis. 

La masificación de las consultas ha roto con todo lo establecido. Mejor que explicar lo que ha venido sucediendo es invitar a quien quiera conocer este problema de primera mano que se siente tranquilamente como “espectador” en una sala de espera de una consulta de medicina general de un Ambulatorio donde verá permanecer sentado al médico de cabecera en su consulta durante dos horas -hasta hace poco ese era el tiempo- “despachando” en ese intervalo una media de cuarenta, sesenta y hasta cien pacientes, quienes en muchos casos ni pasaban al interior de la consulta ya que una auxiliar era la encargada de entregarles las recetas, las bajas a renovar, los análisis y las interconsultas que precisaban para acudir a otros médicos, amén de toda otra clase de “papeleo”. De vez en cuando uno de los pacientes entraba en la consulta pidiendo ser atendido por el médico que no le dedicaba más de tres o cuatro minutos. 

El “espectador”, a quien hemos invitado a permanecer en la sala de espera como “observador”, se levantará sorprendido al final del “espectáculo”, decepcionado, pidiendo, con seguridad, un cambio inmediato de la medicina asistencial que le están ofreciendo. 

Algo han cambiado las cosas. La voluntad de mejores perspectivas parece ser una realidad, según manifiestan los responsables de la salud. ¡Ojala sea así! Ello redundaría en beneficio del enfermo y en la alta estima que el medico de cabecera se merece.

En conclusión y lamentablemente, el prestigio del médico de cabecera se ha devaluado y no es figura de primera clase en la organización sanitaria actual. 

El Especialista: 

El especialista es el médico que más ha evolucionado en su particular actividad, de forma desajustada a la realidad porque el enfermo, no nos cansaremos de repetirlo, constituye una unidad indivisible, infragmentable. Pero especialmente por qué ¿qué tienen que enseñarle un endocrinólogo o un nefrólogo o un especialista de aparato digestivo, por ejemplo, a un bien formado internista? ¡Muy poco! Si acaso, las técnicas que tan bien dominan. Podemos decir en aparente contradicción: ¡muy poco por un lado, mucho por otro!

El Especialista surgió desde la Medicina General cuando ésta fue necesitando colaboradores que practicaran técnicas cada vez más sofisticadas que sólo iban estando al alcance de médicos especialmente bien formados en ellas.

En nuestro país como, por ejemplo, el Profesor Jefe del Servicio de Medicina Interna de nuestro Hospital en Madrid -el profesor Jiménez Díaz- pidió ayuda, fomentó y contribuyo al crecimiento de la endoscopia digestiva recomendando que un pequeño grupo de médicos de su Servicio se dedicase a la coloproctología que terminó por ser intervencionista e imprescindible. O a que otro pequeño grupo se “especializase” en endoscopias digestivas altas y en laparoscopias, lo que culminó en los más tarde hábiles endoscopistas y laparoscopistas tan en la vanguardia que han podido organizarse en especialidades y subespecialidad autónomas, independientes, ya muy brillantes. 

Y así, o con parecidos requisitos, hemos visto potenciarse o nacer a otros muchos Servicios especializados a los que se les pedía inicialmente colaboración -aprovechando su manejo cada vez más diestro de las técnicas propias de la especialidad- y, posteriormente, cuando alcanzaban expansión e independencia, que se asociasen a otras especialidades creando verdaderas Unidades Medico-Quirúrgicas. 

De esta guisa hemos visto el nacimiento hospitalario de súper unidades monográficas o casi monográficas como son las de Cardiología Medico Quirúrgica Intervencionista; las de Nefrología Cirugía donde el especialista médico tan bien maneja al enfermo renal hasta el momento en el que el cirujano le coloca un nuevo riñón; o la Digestiva con los grandes transplantes así como con las resecciones endoscópicas de prácticamente todo lo abdominal que han eliminado casi por completo la laparotomía abierta; o la Oncología, la Hematología y todo lo demás donde la Especialidad ha terminado por dar nombre a la propia Institución poniendo al resto de las Especialidades, incluso a la Medicina Interna, a su servicio en un vuelco total de la organización tradicional de los hospitales. Una inversión que parece poco práctica porque al final la medicina no pasa de ser holística. ¡Pero así están las cosas! 

El Especialista está hoy evidentemente en alza en la consideración de los pacientes. Sus técnicas, asombrosas, le llegan al profano a través incluso de los medios de comunicación y le causan admiración y estupor por su espectacularidad. Aunque nosotros sigamos abogando por potenciar, mejorándola, la crucial función del médico de cabecera que debe implicarse de forma decidida en la vida y en la enfermedad de los pacientes. 

La Investigación Médica.

La ciencia de investigación médica ha llegado muy lejos. Afortunadamente no ha sido contaminada con espurios intereses. Con su invariable método de trabajo, con el concurso de muchos, inexorable, no da un paso adelante sin haber asentado el precedente. Con la genética ha logrado su avance más espectacular y, desde luego, el más trascendental de la investigación biomédica. La posibilidad de alterar un segmento de una molécula de ADN convierte al investigador en un creador de vida o, al menos, en un modificador de la misma. Desentrañar y, en su caso, reparar una anomalía cromosómica, ha dado pie a la creación de un nuevo concepto de enfermedad. Empieza a ser necesaria una nueva ordenación de las enfermedades en base a la genética que destierre las antiguas. Un nuevo mapa que permita avanzar en la prevención y en el cuidado de la salud. 

No abrigamos ninguna duda con respecto a la ciencia de investigación. Jamás defrauda. Permite, además, que el médico “de a pie” pueda llegar a un exhaustivo diagnóstico y, cada vez más, a la ayuda y alivio de las enfermedades. ¡Qué pocas cosas en la vida alcanzan el rigor, la seriedad y la solvencia de la ciencia de investigación!

Las Llamadas Medicinas Alternativas o Complementarias:

Las llamadas así, y con otros nombres similares, sólo justifican su denominación si con ello se quiere significar “remedio” porque, de momento al menos, no son medicinas; salvo que con esta terminología se quiera apelar a una de las acepciones que para la palabra remedio reserva el Diccionario de la Lengua cuando dice: “procedimientos con que se curan las enfermedades”. En cualquier caso, es excesivo llamarlas medicinas. 

No obstante lo dicho, con ese nombre de medicinas alternativas y complementarias, hemos encontrado un gran numero de ellas de las que reproducimos cincuenta en un anejo final haciendo hincapié en que cuatro, al menos, tienen criterios para ser consideradas -y de hecho lo son- auténticas especialidades médicas. Son éstas la homeopatía, la acupuntura, la osteopatía y la quiropráctica porque el resto, como veremos, son sólo aspectos parciales, complementarios, de los que se vale el médico si lo cree conveniente para mejorar el estado de físico y anímico de los pacientes. 

Empecemos analizando la Homeopatía, para seguir con las otras, porque la homeopatía tiene reconocimiento oficial en algunas partes de nuestro país y porque existen médicos con titulo de homeópatas, colegiados en diferentes Colegios Médicos españoles, ejerciendo la profesión.

La homeopatía fue reconocida en España en Diciembre de 2009 como “acto médico” por la Organización Médica Colegial que aprobó en Asamblea que “se regulara su práctica” aunque en Diciembre de 2011 el Ministerio de Sanidad publicó un decepcionante Documento de “análisis de situación de las terapias naturales” del que extractamos:

......las revisiones realizadas concluyen que la homeopatía no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta.

......resulta difícil interpretar que los resultados favorables encontrados en algunos ensayos sean diferenciables del efecto placebo.

Pese a lo anteriormente expuesto, la homeopatía está reconocida y se enseña en España como “especialidad” en las Universidades de Barcelona, Bilbao, Málaga, Murcia, Sevilla y Valladolid, que sepamos. 

Su método de acción esta basado fundamentalmente en la inoculación repetida de sustancias que tienen semejanza con las que han producido la enfermedad que se quiere tratar. Samuel Christian Friedrich Hahnemann, su creador, la llamó “ley de los semejantes -similia similibus curantur. Las enfermedades se curan, dice, por sustancias que producen efectos semejantes a los síntomas específicos de las mismas, por el dinamismo de las dosis infinitesimales y por la individualización del enfermo y el medicamento”.

No se puede negar originalidad al tratamiento homeopático que, al fin y al cabo, imita la reacción inmune clásica, la antígeno-anticuerpo, como parece deducirse de las publicaciones de D. See, J. Tiles y otros de la Universidad de California, en Irvine, quienes han empleado el llamado Método Homeopático Activador Natural del Sistema Inmunológico (HANSI) en el que creen “haber encontrado un mejor comportamiento de las células CD4 y CD8, así como una mayor actividad de las células NK y de otros linfocitos del sistema inmune” que, si resultasen probadas y ciertas, podrían ser definitivas de que la típica reacción inmune se puede alcanzar mediante técnicas homeopáticas pese al uso de dosis infinitesimales del supuesto alergeno.

Homeopatía
                               
En cuanto a la Acupuntura aparece como el gran caballo de batalla en las cuestiones que estamos tratando; particularmente por la vehemencia con que es defendida por sus apasionados incondicionales así como por la que oponen sus detractores que hablan abiertamente de fraude. 

Digan lo que digan unos y otros, existe la generalizada aceptación de que la estimulación periférica mediante el empleo de agujas, como utiliza la acupuntura, libera endorfinas. Si estos hechos son ciertos, la eficacia de la misma puede considerarse demostrada ya que cualquiera de los tres neuropéptidos (alfa, beta y gamma; residuos aminoácidos de beta lipoproteinas) que en el cerebro se unen a receptores opiáceos -y que muestran gran poder de analgesia- son endorfinas y las endorfinas son, repetimos, neuropéptidos con un gran poder analgésico.

Cosa distinta es la técnica y el técnico, es decir, el profesional que maneja las agujas de acupuntura y los lugares donde dice producir los estímulos, cuestión en lo que no entramos. 

Insistimos: la analgesia parece ser la respuesta adecuada al estímulo que aplica el acupunturista. Aunque, como sostienen los detractores y nosotros no negamos, otros estímulos dolorosos pueden desencadenar respuestas similares, lo que es motivo de importantes divergencias que la ciencia de investigación en algún momento tendrá que dilucidar.

Muchos médicos en la actualidad manejan la acupuntura para tratar a sus pacientes y en ese sentido vendría a ser una auténtica especialidad médica. Dicen, quienes las utilizan que “con magníficos resultados cuando la simultanean con técnicas tradicionales de la medicina convencional”. Nada que objetar al respecto ya que nos parece una sabia decisión que el médico ¡con tantas carencias actualmente! se valga de lo más útil y beneficioso para los enfermos.


Acupuntura
                               

 La Osteopatía:

En 1892, en EEUU, el médico Andrew Taylor Still promovió la osteomedicina o medicina osteopática, basada originariamente en la creencia de que la manipulación de los tejidos blandos y los huesos permitía corregir enfermedades del sistema musculoesquelético y de otros órganos. Desde entonces, la osteomedicina ha evolucionado tanto que la preparación y la práctica de los médicos de esta “especialidad, -en los países que tienen este reconocimiento- son prácticamente idénticas a las de los actuales alópatas. 

En EEUU su preparación incluye cuatro años de estudio en la escuela de medicina osteopática, seguido de especializaciones y subespecializaciones hasta la obtención de la certificación final por la American Board of Internal Medicine. En otros países -Reino Unido, Francia, Bélgica, Noruega o Suecia- la Osteopatía tiene reconocimiento de carrera universitaria. Se puede decir de ella, en el contexto en el que hablamos, que es una verdadera especialidad médica. 

En España, ha sido confirmada y regulada como una Competencia del Fisioterapeuta al incluirse dentro de los requisitos para obtener el Titulo de Grado en Fisioterapia (BOE Julio 2008), reconociéndosela -junto a la Quiropraxia- como método específico de intervención en Fisioterapia (Ministerio de Educación y Ciencia). Esta Ordenación, junto a la realizada en el año 2003 mediante la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias, establece: la Osteopatía es competencia del Fisioterapeuta. No se apuesta, sin embargo, por ningún tipo de regulación, ni como profesión sanitaria independiente, ni como competencia para otros colectivos sanitarios.

Nuestros profesionales, cansados de tanta ambigüedad, vienen organizándose para que se reconozca su profesión, creando para ello en 1993 un Registro que reúne a quienes ejercen esta actividad en consultas privadas.

Los criterios para ser miembros del Registro son extremadamente estrictos. Se requiere:

Haber obtenido el titulo de Osteópata después de haber superado los exámenes. Haber presentado y defendido con éxito una tesina sobre un tema de la especialidad ante un jurado de profesionales y bajo el control del Registro. Y demostrar que se ejerce la especialidad en la consulta privada.

Los miembros del Registro llevan el titulo de DO MRO (E), Diplomado en Osteopatía, Miembro del Registro (equivalente de Colegio) de Osteópatas de España.

¡Nuestro país, lamentablemente como tantas veces, simplificando los problemas!

¿Qué se deduce de cuanto llevamos dicho? Que la práctica de la Osteopatía y técnicas manuales semejantes como la Quiropraxia -así como la de otras medicinas naturales- no parece preocupar demasiado a los poderes públicos y que, al no existir normativa jurídica no son legales, razón por la que estos terapeutas ejercen sin que se les moleste. 

Expliquemos como los osteópatas logran, según dicen, aliviar los padecimientos dolorosos.

Lo consiguen mediante el tratamiento manipulativo vertebral (TMV) que ha demostrado su eficacia en el alivio de la lumbalgia aguda y que puede contribuir a mejorar el dolor cervical, la ciática y la lumbalgia crónica (ELSEVIER). Se suele incluir en el término a los tratamientos manuales, a las técnicas aplicadas a los tejidos blandos, y a las manipulaciones denominadas de baja velocidad y alta amplitud o de alta velocidad y baja amplitud que no precisan más explicaciones. Algunos reservan el uso del TMV para referirse a las manipulaciones mediante impulso definido como movimientos pasivos que tiene tendencia a movilizar los componentes de una articulación o grupo de articulaciones hasta rebasar los límites fisiológicos habituales del movimiento articular sin sobrepasar el límite anatómico. 

La teoría osteopática es sencilla y como señalan Ricard, Salle y Almazán, no existe ningún secreto para explicarla, remarcando: “cualquier alteración de los músculos, de las articulaciones o de los nervios cuya finalidad última sea el tratamiento del sistema nervioso, muscular y esquelético, nos concierne”. Añade A. T. Still: “si la estructura gobierna la función” cuando una de las estructuras del cuerpo se encuentra lesionada, la función se ve alterada. Entonces, el trabajo del osteópata consiste en localizar la lesión dentro de la estructura para tratar la zona con el fin de curar o de disminuir los efectos patológicos ya que existe interrelación entre ella y el sistema visceral sobre el que a su vez influye.

Desde hace años, los Osteópatas basan su reputación en el arte de manipular las articulaciones utilizando técnicas muy rápidas que se reconocen porque producen chasquido articular causado por la liberación de gas carbónico en el seno de la articulación bajo presión negativa. Cuando se abre bruscamente la articulación la cápsula que es rica en terminaciones y receptores nerviosos, se estira y envía un mensaje sensible a lo largo de los nervios hasta la médula espinal. Ésta, como respuesta, da orden a los músculos acortados de que se relajen; entonces, la articulación fijada vuelve a recuperar su juego articular y su movilidad normal. Estas manipulaciones -lejos de la leyenda mantenida por los detractores- no son peligrosas cuando la realizan manos expertas.

Concluimos con una afirmación rotunda de los propios osteópatas: “El tratamiento del dolor es uno de los dominios fundamentales de la Osteopatía. Los resultados a este nivel son espectaculares si la causa del dolor ha sido correctamente identificada. Gracias a ello es posible elegir la técnica de curación que más se adapte al problema que presenta el paciente y aunque existan, como es bien conocido, diferentes tipos de dolor (de los cuerpos vertebrales, de las carillas articulares, de los discos intervertebrales, de los músculos paraespinales, del flujo sanguíneo, etc.) el diagnóstico clínico debe tratar de identificarlos para poder ejercer sobre él los efectos oportunos o, como poco, los psicológicos o de placebo”.

Finalmente, unas pocas palabras en relación con la quiropráctica; pocas, porque ya hemos empleado muchas al hablar de la osteopatía y en nuestro grosero análisis del tema no hemos encontrado sustanciales diferencias entre una y otra técnica de tratamiento. Lo que dicho así, lamentablemente no va a conformar a nadie.

La quiropráctica, según la Federación Mundial de Quiropráctica, se ocupa del diagnóstico, tratamiento y prevención de los trastornos mecánicos del sistema musculoesquelético así como de los efectos de éstos en el sistema nervioso y en la salud en general. Se fundamenta en tratamientos manuales que incluyen el ajuste vertebral y otras manipulaciones articulares y de los tejidos blandos. Básicamente, y simplificando, trata de detectar y de corregir los problemas que se localizan en la columna vertebral y en el sistema nervioso tratándolos mediante la ayuda de las manos. 

Fue desarrollada en Iowa (Estados Unidos) en el año 1895 por DD Palmer que llegó a la conclusión de que “existe una inteligencia innata en la médula espinal y, en general, en el cuerpo humano, que controla las funciones del mismo ocupándose la quiropráctica en analizar y mantener una buena relación entre el sistema nervioso periférico (médula espinal) y la estructura que lo protege (la columna vertebral) procurando que exista siempre un armónico funcionamiento que si se altera deberá ser corregido”.

La Quiropráctica está reconocida como profesión sanitaria en Italia, Portugal, Francia, Bélgica, Reino Unido, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suecia, Islandia, Estados Unidos, Canadá, México, Australia, Sudáfrica y Nueva Zelanda. 

España no la ha reconocido aún como tal profesión sanitaria. Dice que es competencia, al igual que la Osteopatía, de la Fisioterapia. No obstante, la Asociación Española de Quiropráctica -que existe como tal- fue fundada en 1986 y legalizada el mismo año por el Ministerio del Interior con aprobación del Ministerio de Sanidad. Forma parte de la Unión Europea de Quiropráctica que está integrada a su vez en la Federación Mundial de Quiropráctica y ésta en la OMS.

Conceptualmente se mueve entre detractores que aseguran que no existe evidencia de que la manipulación de la columna tenga ningún efecto terapéutico más allá del efecto placebo y los defensores que argumentan que, a pesar de las controversias, la Organización Mundial de la Salud ya dictó en 2005 unas directrices sobre la inocuidad de su práctica y de la seguridad de los profesionales que la manejan. 

Y ¿qué ocurre con el resto de las llamadas medicinas alternativas o complementarias? 

No podemos decir que sean científicas. ¡Pero tampoco son un engaño! Salvo cuando se practican con mala fe, con desconocimiento de lo que se está ofreciendo o con finalidad “engañosa”.

Si echáramos ahora un vistazo a los títulos que figuran en el anejo final veríamos que la mayor parte de ellos, por no decir todos, son claramente modos de interrelación entre los enfermos y unos profesionales que sin titulación oficial pero con habilidad y oficio pueden -y de hecho consiguen- ser útiles en el sufrimiento y en el dolor ya que, algunas de esas técnicas son, incluso, gratificantes, “amenas en su práctica”, porque como poco constituyen verdaderos entrenamiento psicofísicos. 

¿Es extraño que ante este panorama los enfermos con padecimientos diversos recurran a este tipo de medicina? Creemos que no, que hay razones para acudir a ellas. Especialmente por la deficiencia actual de la propia medicina convencional que carga con las siguientes graves carencias:

Falta de tiempo para dedicárselo al enfermo. Abuso e indiscriminación de las exploraciones complementarias y la medicación. “Prurito” de superioridad sobre los enfermos con menosprecio incluso del componente psíquico tan importante en la persona que sufre. Y, particularmente, porque cada paciente concibe su caso como único y se encuentra necesitado de una atención especial que el médico no le proporciona. 

Estas razones y otras complejas -en las que no profundizamos- han llevado a la gente hacia donde se les ofrecen tentadoras y sugestivas contrapartidas. Por ello, hoy más que nunca han optado por acudir a las medicinas alternativas que sus ofertantes han sabido “vender” bien aunque éstas adolezcan de graves defectos especialmente porque las practican personas en general poco cualificadas que esgrimen títulos que no pasan ningún filtro riguroso y porque cualquiera puede poner en marcha una actividad de este tipo sin inspección alguna. Actividades que podrían ser beneficiosas y acarrear menores riesgos si estuvieran tuteladas por profesionales y no a la buena de Dios. 

Pecando quizás de imprudentes digamos que las medicinas alternativas no pueden ir a su aire y que deben ser interdependientes de lo que el médico decida en su consejo al enfermo aunque respetándose siempre en lo posible, eso sí, el deseo del paciente hacía la técnica paramédica que le resulte más atractiva. En reciprocidad, el médico dirigirá al enfermo hacia la terapia alternativa que considere más oportuna, la que mejor ayude al paciente y más de acuerdo esté con la medicina convencional.

En un alarde de sinceridad y como colofón digamos que todo eso no se hace por afán médico acaparador sino porque es lo ortodoxo cuando se ha visto que las llamadas medicinas alternativas no son un obstáculo ni una competencia sino un complemento beneficioso. 

Anejos que se citan, recogidos de Botanical -online (medicina alternativa tipo. htm) y de Las provincias.es divididos en cinco grandes sistemas y en cincuenta títulos de las llamadas terapias alternativas o complementarias:

Los cinco grandes sistemas son:

Sistemas médicos globales: incluyen una serie de medicinas alternativas que abarcan un conjunto muy grande de disciplinas.

Medicinas cuerpo-mente: presentan un enfoque holístico en el que tiene un papel fundamental el cuerpo, la mente y el espíritu que establecen interconexiones entre sí. 

Medicinas biológicas: tienen su base en el uso de diversas sustancias como hierbas medicinales, vitaminas o minerales.

Prácticas corporales manipulativas: se basan en la manipulación o el movimiento corporal como el quiromasaje o el drenaje linfático.

Medicinas energéticas: basadas en el uso de energías existentes o supuestamente existentes.

Los cincuenta títulos (unos con nombres fácilmente entendibles, evidentes; otros, con nominaciones que deben ser consultadas en Diccionarios de Ciencias Médicas o en las Redes) son:

1. acupuntura 2. homeopatía 3. osteopatía 4. Reiki 5. meditación 6 Yoga 7. esencias florales 8. medicina tradicional china 9. Tai Chi 10. hidroterapia y talasoterapia, 11.Chi Kun 12. canto de Mantras 13. quiropráctica 14. gemoterapia 15. relajación. 16. naturoterapia 17. Pilates 18. Shiatsu 19. risoterapia 20. digitopuntura 21. fitoterapia 22. musicoterapia 23. físioterapia 24. reflexología podal 25. terapias con animales 26. drenaje linfático 27. quiromasaje 28. craneosacral 29. aromaterapia 30. craneoterapia 31. moxibustión 32. sanación tradicional (curanderos) 33. masaje tailandés 34. auriculoterapia 35. biomagnetismo 36. biorresonancia 37. Cupping 38. artetoterapia 39. registros akashicos 40. reconexión o sanación reconectiva 41. Rebirthing 42. kinesiologia 43. constelaciones familiares. 44. Ayurveda 45. iridología 46. hipnosis 47. danzaterapia 48. masaje metamórfico 49. biodanza 50. Cromoterapia. 

domingo, 12 de enero de 2014

Homeopatía

        
  La Homeopatía fue reconocida en nuestro país, en diciembre de 2009, como “acto médico” por la Organización Médica Colegial que aprobó en Asamblea que se regulara su práctica. En España, que sepamos, se enseña como Especialidad en las Universidades de Barcelona, Bilbao, Málaga, Murcia, Sevilla y Valladolid.

          Habitualmente se la incluye, junto a la Acupuntura, la Osteopatía y otras menos relevantes, en un gran capitulo que responde al título de Medicinas Alternativas (complementarias, paralelas) a la Medicina Convencional.

          Muchos médicos la incluyen en su práctica habitual. Ésta y otras razones van a hacer de ella una reconocida Especialidad Médica.

          De todo esto nos ocupamos en el trabajo que sigue.          
          
                                                                                                 
MIS ENCUENTROS CON LA HOMEOPATÍA

Dr. Antonio A. Hage Made  


          Mi primer encuentro fue hace muchos años cuando para estudiar medicina tuve  que trasladarme desde las Islas a la Península. Entonces, en los primeros días, al pasar por una estrecha, sórdida y mal conservada calle donde vivía gente aparentemente humilde, me topé con una placa que anunciaba que en aquella casa ejercía un homeópata. No encontré a ningún otro en toda la ciudad ni nadie de mi entorno sabía de qué iba aquello. A nadie, además, parecía interesarle si había alguna relación entre homeopatía y medicina. Nosotros, los que íbamos para futuros médicos, estábamos más interesados por la medicina que daba brillo. La palma se la llevaban la cirugía y algunas especialidades.

          El Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas me aclaró lo que era la homeopatía: sistema médico y terapéutico alemán ideado por Samuel Christian Friedrich Hahnemann (1755-1843), que se funda en los siguientes principios: ley de los semejantes, similia similibus curantur: las enfermedades se curan por sustancias que producen efectos semejantes a los síntomas específicos de las mismas; dinamismo de las dosis infinitesimales: las drogas producen tanto más efecto cuanto más diluidas; e   
individualización del enfermo y el medicamento.

          La formación profesional la recibí en el campo de la medicina interna. Tuve la fortuna de trabajar como alumno interno y posteriormente como médico en los Servicios del Profesor Jiménez Díaz. Allí aprendí todo lo que sé. Especialmente que una persona no debe ser contemplada de forma fragmentaria porque sana o enferma constituye una unidad. Unidad que cuando enferma presenta signos –síntomas- a partir de los cuales se puede elaborar un diagnóstico.

          El internista era entonces el centro de la actividad médica hospitalaria. El especialista, el colaborador necesario. Eso le permitió a Carrel decir: “el avance de la ciencia médica obliga a consagrar a los especialistas a partes cada vez más pequeñas del cuerpo humano, pero la síntesis para el estudio del hombre y del hombre enfermo debe ser elaborada por un solo cerebro”.

          La unidad de la persona enferma. La secuencia lógica para llegar desde el signo   -el síntoma- al diagnóstico. El rigor intelectual. El interés sin prisas ante el enfermo, filosofía de aquella Escuela de Medicina, me quedaron, desde entonces, definitivamente grabados.
   
          Pero aprendí también los otros aspectos de la ciencia médica, los de los sistemas integrales. Entre ellos, el fundamental sistema inmunitario: el de la alergia que tanto interesó a Jiménez Díaz.

          Hablemos, siguiendo de forma pormenorizada a Abbas AK (Robbins y Cotran), del sistema inmunitario porque fue a través de él como tuve mi segundo encuentro con la homeopatía. Me pareció sugestivo relacionar -pese a la oposición sistemática de los detractores- el aparente estimulo antigénico inespecífico que empleaban y la respuesta orgánica que decían obtener, en un tipo de reacción que podría asemejarse a la inmune clásica, a la antígeno-anticuerpo. Y que, quizá, con técnicas homeopáticas se podría hallar también una base científica más con la que avanzar en el conocimiento de las enfermedades, refrendando así, además, el trabajo de esos profesionales.

          Expongamos lo que dice la inmunología con la esperanza de que los homeópatas encuentren paralelismo en ella y puedan lograr que su especialidad sea no solo útil, sino también científica.                 

          La alergia es un estado de hipersensibilidad inmediata, una reacción inmunológica que se desarrolla rápidamente tras la combinación de un antígeno con un anticuerpo ligado a mastocito en individuos previamente sensibilizados al antígeno.

          Con esta definición entramos de lleno en las llamadas reacciones de hipersensibilidad: las inmediatas (tipo I), las mediadas por anticuerpos (tipo II) y por inmunocomplejos (tipo III), y las celulares retardadas (tipo IV) que incluyen reacciones mediadas por células T CD4+ y citotoxicicidad directa mediada por linfocitos T CD8+. Entramos, también, en las reacciones contra los antígenos propios, es decir, en la autoinmunidad y en los síndromes de deficiencia inmunitaria.       

          El sistema inmunitario y su secuencia operativa, claramente desentrañados, nos permiten afirmar: “ningún otro sistema orgánico, salvo el nervioso, le supera en importancia”. Su función es la de proteger de los patógenos a los individuos a través de dos tipos diferentes de acciones: Las innatas, con las que se nace, que operan mediante mecanismos de defensa presentes incluso antes de la infección. Y las que se adquieren, de adaptación, que se estimulan por los microbios pero que también son capaces de reconocer a otras sustancias antigénicas. La inmunidad innata es la primera línea de defensa, siempre está lista para evitar y erradicar las infecciones. La adquirida, que se desarrolla más tarde, es más poderosa y actúa tras la exposición a alergenos.   

          Los componentes más importantes de la inmunidad innata son: las barreras epiteliales; las células fagocíticas, neutrófilos y macrófagos principalmente, que  reclutadas en los sitios de infección dan lugar a inflamación; las células citolíticas naturales (natural killer); y las proteínas plasmáticas, incluyendo el complemento. Las células fagocíticas, reconocen las estructuras microbianas mediante receptores de membrana (Toll y otros), ingieren los microbios y activan, a través de factores de transcripción (kB y otros), a citocinas y a proteínas que tienen actividad microbicida.  
  
          Por su parte, la inmunidad adquirida consta de dos factores principales de mediación: los celulares, responsable de la defensa contra microbios intracelulares y los humorales, que protegen contra los microbios extracelulares y sus toxinas. Los primeros, los celulares, mediados por linfocitos T derivados del timo. Los segundos, los humorales, mediados por linfocitos B derivados de la médula ósea y por sus productos de secreción, los anticuerpos.

          Cada célula T está programada genéticamente para reconocer un antígeno específico ligado a una célula presentadora, mediante un receptor específico para antígeno (TCR). El receptor TCR reconoce los péptidos expuestos, presentes en la superficie de las células presentadoras, mediante moléculas del llamado complejo mayor de histocompatibilidad (MHC). Cada receptor TCR está unido a un conjunto de cadenas polipeptídicas. Una, denominada complejo molecular CD3 -que no liga antígeno- implicada en la transducción de señales dentro de la célula. Y otras -que expresan moléculas no polimórficas accesorias- conocidas con distintos nombres: CD4, CD8, CD2, integrinas, CD28.

          Las células CD4 y CD8, llamadas respectivamente colaboradoras y citotóxicas, se expresan en subpoblaciones de células T mutuamente excluyentes. Las células T CD4+ colaboradoras, pueden reconocer y responder al antígeno solamente en contacto con las moléculas MHC de clase II. Las células T CD8+ citotóxicas, reconocen los antígenos ligados a célula solamente en asociación con las moléculas MHC de clase I. Las moléculas CD4+ y CD8+ son necesarias para iniciar las señales que activan las células T; realizan funciones distintas pero superpuestas.

          CD4 puede considerarse el regulador principal. Al secretar citocinas influye en la función del resto de las células del sistema inmunitario, incluyendo: otras células T, células B, macrófagos y células NK. “El papel central de la célula CD4+ queda trágicamente ilustrado ante el efecto del virus de la inmunodeficiencia humana que mutila el sistema inmunitario mediante la destrucción selectiva de este subgrupo de células T”.

          Se han identificadas dos poblaciones funcionalmente distintas de células CD4 colaboradoras sobre la base de las diferentes citocinas que producen: El subgrupo Th1, que sintetiza y secreta IL-2 e interferón gamma. Y el de células Th2, que producen IL-4, IL-5 e IL-13. La distinción es significativa porque las citocinas secretadas tienen efectos diferentes sobre otras células inmunitarias. El subgrupo Th1, está implicado en facilitar la hipersensibilidad retardada, en la activación de macrófagos y en la síntesis de anticuerpos de opsonización y fijadores de complemento. El subgrupo Th2, ayuda a la síntesis de otros anticuerpos, especialmente IgE y en la activación de eosinófilos.

          Los linfocitos B, que se desarrollan a partir de precursores en la médula ósea, se encuentran en los ganglios linfáticos, en el bazo y en las amígdalas. Reconocen al antígeno a través del complejo receptor antigénico de célula B, en el que inmunoglobulinas M y D -presentes en la superficie de todas las células B vírgenes- constituyen el componente fijador de antígeno del complejo receptor. Las células B expresan otras moléculas no polimórficas que incluyen importantes receptores del complemento, los Fc y CD40; entre ellos, el receptor-2 (CD-21) que es receptor también del virus de Epstein-Barr y diana, por lo tanto, de la infección.

          El resultado de la activación de la célula B, es su diferenciación final en células plasmáticas secretoras de anticuerpos. La respuesta de las células B a los antígenos proteicos requiere la ayuda de las células T CD4+. La  interacción es esencial para la maduración y la secreción de anticuerpos IgG, IgA e IgE.

          Los otros componentes del sistema inmunitario los describimos -por ser suficientemente conocidos- de forma sucinta para no alargar la exposición. Incluye: Macrófagos activados por citocinas que fagocitan microbios y antígenos proteicos para presentarlos a las células T. Células dendríticas -tanto dendríticas inmaduras (células de Langerhans) como  foliculares- que son las más importantes presentadoras de antígeno.
Células citolíticas naturales que dotadas de capacidad innata no necesitan sensibilización previa. Y citocinas que actúan como mediadoras solubles del sistema.   
         
          Con lo ya expuesto, podemos preguntarnos ¿cuál es la esencia de las reacciones inmunitarias? ¿podemos reforzarlas o modificarlas? Veamos:   

          Los primeros estudios sobre inmunización (P. Creticos y P. Norman, en JAMA),  fueron realizados por Pasteur y Jenner y condujeron: Por un lado, al campo de las vacunas, tan eficaces que han llegado a erradicar virtualmente enfermedades como la viruela o la poliomielitis. Por otro, al de la inmunoterapia de las enfermedades alérgicas basado: En los trabajos de Freeman y De Noon que en 1911 intentaron la inmunización de pacientes con “fiebre del heno” mediante inyecciones seriadas de extractos de polen. En los de Prausnitz y Küstner que en 1921 descubrieron la existencia de cierto factor sérico que transfería el habón “alérgico” y las reacciones inflamatorias de un individuo a otro. En los de los Ishizaka que dieron a conocer que la inmunoglobulina E era el “anticuerpo reagínico” responsable de la transferencia pasiva del fenómeno alérgico. Y en otros estudios, que han demostrado que los pacientes sometidos a tratamientos con inyecciones alérgicas desarrollan con posterioridad anticuerpos “bloqueadores” que tienen capacidad de inhibir la reacción de transferencia pasiva de Prausnitz y Küstner; el tiempo demostró que el anticuerpo inducido era inmunoglobulina G.

          Esos estudios y otros posteriores, configuraron la infraestructura básica de la respuesta alérgica y han demostrado: Que los resultados clínicos dependen de la administración de una dosis adecuada. Que las pequeñas dosis producen tasas pequeñas de éxito o ningún éxito. Que los resultados son específicos, eficaces solo para los alergenos administrados y sin ningún efecto contra alergenos que no estén incluidos en el extracto específico. Que pueden darse recaídas si se suspende la inmunoterapia de mantenimiento o de refuerzo. Y se concretó que la inmunoterapia abarcaba: La inmunización activa y pasiva. Los tratamientos con inmunopotenciadores e inmunosupresores. Y la hiposensibilización en los trastornos alérgicos, los trasplantes de médula ósea y los implantes de timo.

          Nos preguntamos ahora ¿no está diciendo la homeopatía con sus viejas teorías empíricas cosas próximas a la ortodoxia científica? ¿no se vale aparentemente de técnicas de estimulación -si es que estimulan- parecidas a las inmunológicas? ¿no hay rasgos qué las asemejan? ¿no hay qué tenerla en cuenta cuando está de moda y es muy solicitada?

          Analicemos algunos de sus rasgos distintivos: La homeopatía considera la individualidad de quien enferma; se aproxima a la conocida sentencia de C. Bernard: “no hay enfermedades, solo enfermos”. Emplea medicamentos de igual o de parecida naturaleza a la de los agentes causantes de las enfermedades, lo que conlleva cierto grado de especificidad. Utiliza técnicas similares a las usadas en las respuestas alérgicas. La medicación que emplea es repetitiva, lo que podría dar lugar a que los estímulos –aunque lo sean en dosis demasiado diluidas- terminen por ser eficaces. En pocas palabras y dentro de las conjeturas ¿no se estarán activando mecanismos inmunitarios de adaptación? Si tenemos en cuenta que la homeopatía se ha movido siempre en el pragmatismo, con poca investigación médica ¿hay quién de más con menos?

          Mi tercer encuentro con los homeópatas ha sido reciente. Los he encontrado integrados con organización propia en el Colegio de Médicos al que pertenezco. Y escribo este modesto trabajo en pro de ellos por dos razones:

          La primera, porque les he oído decir cosas tan claras como: Muchos enfermos vienen ahora a vernos; algunos, incluso, han sido tratados antes con poco éxito con  métodos tradicionales. Constatamos que los pacientes se mejoran con nuestros tratamientos, recomendándonos a sus allegados. Somos médicos y sabemos cuando un enfermo es tributario de cirugía y, por tanto, ajeno a nuestra “especialidad”. Damos un gran valor a la relación personal porque vemos al enfermo en su integridad, lejos de la fragmentación. No tenemos prisa, dedicamos mucho tiempo a cada uno de nuestros pacientes. Ejercemos la medicina directamente, de forma ambulatoria, aunque existen hospitales para nuestra especialidad que es, para unos, “pseudociencia” y, para otros, “medicina alternativa”.

          La segunda, porque llevo tiempo escuchando críticas desde la medicina convencional que me parecen exageradas e injustas porque a estas alturas de la vida no estoy seguro de quien hace mejor la medicina del día a día. Pero, especialmente, porque he aceptado de buena fe el irrebatible aserto de los homeópatas que aseguran: “muchos enfermos se curan con nuestros tratamientos”. Expresión que me parece sincera y que contrasta con la manifiesta superficialidad de los detractores que aseguran que las curaciones se deben en esos casos a la autosugestión, al efecto placebo, a la casualidad o a cualquier otro falso motivo, pero nunca al beneficio que por sí misma pueda reportar la homeopatía. Añado: la medicina convencional cuando se practica de forma ambulatoria puede ser tan gratificante o tan pobre como las otras, como las “alternativas. No hay, pues, que arrogarse inmerecidos éxitos, los que todos debemos a la medicina de investigación que inexorable, aunque en otra dimensión, viene marcando el rumbo a seguir.

          La homeopatía fue reconocida, en diciembre de 2009, como “acto médico” por la Organización Medica Colegial de España que aprobó en Asamblea que “se regulara su práctica”. Si bien, en Diciembre de 2011, el Ministerio de Sanidad publicó un pobre Documento de “análisis de situación de las terapias naturales” que en resumen decía: en general, las revisiones realizadas concluyen que la homeopatía no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta. Los resultados de los ensayos clínicos disponibles son muy contradictorios. Resulta difícil interpretar que los resultados favorables encontrados en algunos ensayos sean diferenciables del efecto placebo.

         Pese a todo, la homeopatía está reconocida y se enseña como “especialidad” en Universidades españolas: en Barcelona, Bilbao, Málaga, Murcia, Sevilla y Valladolid.

          Como colofón, quiero añadir unas leves consideraciones intentando matizar las encontradas posiciones. A los homeópatas les aconsejaría ¿por qué no recurren más a la demostración científica y a la experimentación? ¿por qué no profundizan, por ejemplo, en el llamado Método Homeopático Activador Natural del Sistema Inmunológico (HANSI) donde unos homeópatas -los doctores D. See, J. Tiles y otros, de la Universidad de California en Irvine- parecen haber demostrado con experimentos e investigación homeopática “un mejor comportamiento” de las células CD4 y CD8, así como una mayor actividad de las células NK y de otros linfocitos del sistema inmune? ¿por qué no modifican las diluciones medicamentosas que utilizan consideradas por todos como inoperantes?

          A los médicos, particularmente a los generalistas tan críticos con la homeopatía, les preguntaría ¿creen qué en la medicina del día a día, la del cara a cara con el enfermo, obtienen mejores resultados que los homeópatas? ¿no constatan qué el diagnóstico preciso ambulatorio es la mayor parte de las veces imposible sin recurrir a prolongadas pruebas diagnósticas y que los tratamientos son en gran parte sintomáticos, inespecíficos? ¿no ven qué en la práctica, los enfermos, ante médicos con similar saber profesional optan, si se les permite, por el que les dedica más atención, por el que les demuestra mayor interés y afecto, por el que se compadece con ellos? ¿no reparan en el escaso tiempo -minutos muchas veces- que la medicina convencional dedica a los pacientes y que la culminación del acto médico está precisamente en su humanización? ¿dónde queda en la práctica, pues, la superioridad de unos sobre otros?

          Concluyo, recordándoles a los muchos opositores a la homeopatía que en medicina siempre es arriesgado hacer aseveraciones categóricas cuando no se tiene la fehaciente constatación y el apoyo del experimento científico y que mientras no se objetive con demostraciones rigurosas lo que hoy se denuncia como falso hay que dejar que los homeópatas traten a los pacientes según su saber porque, además, están habilitados para ello.