martes, 10 de mayo de 2016

Lo Cuántico

          Lo Cuántico


          Dr. Antonio A. Hage Made


          Ingenua pretensión de entrar en el apasionante mundo de la mecánica cuántica



          La física nos ha llevado, en el devenir histórico, desde casi nada a casi todo al ocuparse de las leyes y de los fenómenos de la naturaleza que tienen que ver con las fuerzas y con las propiedades generales de la materia. Su base ha sido la objetividad, la visibilidad, la demostración fehaciente del fenómeno, lo que le ha permitido sentar principios aparentemente inamovibles que perduran.

          Así, objetiva, clara, newtoniana -permitan la adjetivación- la conocimos nosotros y nuestros condiscípulos. Así ha continuado hasta hace relativamente unos pocos años en que parece haber entrado en colisión con “la otra física”, con la cuántica, cuando ésta  comenzó a desentrañar el átomo.

          He de adelantar que el conocimiento de lo poco que en principio aprendí, y hoy sé mejor, del mundo cuántico me entusiasmó. Fue en una época en la que nos reuníamos un exiguo grupo de médicos jubilados que aunque sobrepasados por la envergadura de lo que discutíamos nos habíamos instalado en la metafísica y en la trascendencia más por causa de nuestras edades que por los conocimientos que atesorábamos.

          El entusiasmo por lo esotérico, por un mundo nuevo sugestivo y atrayente que parecía poder explicar nada más y nada menos -entre otras cosas- que la capacidad de la mente para crear, para transcender, para indagar en la propia génesis del universo y en algo tan sugestivo como el pensamiento y la conciencia, nos obnubiló hasta el punto de arrumbar a la física clásica. En esa obsesión y entusiasmo estábamos cuando uno de nosotros, dando un puñetazo sobre la mesa dijo: ¡hasta aquí hemos llegado! nosotros no somos nadie para contraponer, como estamos haciendo, física newtoniana a física cuántica aunque estemos mirando arrobados hasta donde ha llegado esta última; reparemos, continuó, en que estamos hablando de dos físicas diferentes, una, clásica, determinista; otra, cuántica, probabilística, que ha llegado tan lejos que ha hecho de lo microscópico y de lo ultramicroscópico un nuevo y apasionante mundo dentro de la propia física.    

          Mejor diríamos, terció otro contertulio, que estamos contemplando dos caras de una misma ciencia: la de la física.
        
          ¡De acuerdo!, fue la unánime conclusión a la que se llegó.  

          En esa tesitura nos encontramos todavía ahora. Expectantes, perplejos, viendo el nuevo e inédito derrotero que ha tomado la ciencia en los últimos tiempos en los que la física clásica, determinista, puede parecer que va llegando a su límite y en el que a la cuántica, posibilista, se le abren sobrecogedores e inéditos caminos con perspectivas que hoy por hoy nos parecen casi un sueño.  

          El determinismo científico lo que nos dice, grosso modo, es que todo lo que acontece tiene una causa. Que si conociéramos todas las leyes físicas del universo y las partículas que lo forman podríamos predecir el futuro de forma determinista y que cuando muchos de los efectos de los que hablamos no se pueden predecir nos podríamos encontrar ante el azar.

          El probabilismo es otra cosa. Es, en verdad de Perogrullo, una aproximación al universo de la probabilidad. La de que un suceso acontezca en un momento determinado sin especificar cuando ocurrirá. Así, dadas unas condiciones iniciales, la mecánica cuántica mantiene que coexisten muchos estados posibles con una cierta probabilidad.

          Desde lo anteriormente expuesto, comenzamos nuestro relato sobre un problema elaborado, en su parte técnica, con la voz de otros y al que le hemos echado mucha  imaginación para poder sacarlo adelante teniendo en cuenta la escasa formación física que poseemos y a que la teoría cuántica, como casi todas las teorías científicas, es la obra resultante de una gran variedad de esfuerzos personales realizados por muchos en muy diversos lugares.


          La Historia nos recuerda:


          “hace un siglo, el 14 de diciembre de 1900, en una conferencia impartida por el profesor Max Planck de la Sociedad de Física de Berlín, se habló por primera vez de la física cuántica. En esa ocasión Planck dio a conocer una forma de describir el comportamiento del color de la luz producido por un cuerpo caliente. Este fenómeno no es totalmente desconocido pues se sabe por experiencia que si se calienta un pedazo de hierro éste se hace luminoso -tanto más brillante cuanto más caliente- y que su luz, como la solar, está compuesta por una extensa gama de colores que nos recuerdan el arco iris.

          Para precisar el color de una luz se le asigna una cantidad llamada frecuencia. Cuando la luz pasa del rojo al amarillo y luego al violeta la frecuencia crece. Si se sigue aumentando la frecuencia, la luz se hará invisible para nuestros ojos y diremos que se trata de luz ultravioleta. El crecimiento de la frecuencia nos conducirá a otras luces: a los rayos X y a los llamados rayos gamma. La organización de las luces en términos de sus frecuencias constituye el espectro electromagnético y la teoría correspondiente ya estaba firmemente establecida cuando Planck realizó sus estudios. Sin embargo, su aplicación a la emisión de luz por un cuerpo caliente predecía algo absurdo: que el aumento de temperatura haría crecer sin límite la frecuencia.  





          Max Planck se había doctorado en la Universidad de Munich y especializado en termodinámica, esto es, en el estudio de las propiedades de la materia relacionadas con las condiciones a las que está sujeta, en especial su temperatura. Una característica esencial del estudio termodinámico es que puede tratar un objeto sin necesidad de detallarlo demasiado y por ello podemos saber mucho del comportamiento de un gas sin tomar en cuenta que está hecho de partículas.

          Desde finales del siglo pasado se sabía cómo usar la mecánica para explicar las conclusiones de los estudios de termodinámica en términos de las componentes básicas del objeto en consideración, por ejemplo, la presión que ejerce un gas como resultado de que está hecho de partículas.   

          Volvamos al pedazo de hierro y pensemos en su calentamiento. Si tal objeto tuviera cavidad interna -una burbuja que quedó atrapada dentro de él, por ejemplo- al calentarlo llenaría la cavidad y tendríamos una especie de frasco repleto de luz. No es extraño entonces estudiar la luz como un gas y preguntarse acerca de sus compuestos. Es preciso señalar aquí algo que podría parecer paradójico: un buen emisor puede ser también un gran absorbente, esto es, los objetos luminosísimos son la otra cara de los hoyos negros. Esto es claro si se piensa que una cavidad repleta de luz podría dejar escapar un haz de gran luminosidad, mientras que la misma cavidad, cuando está totalmente vacía, guardaría toda la luz que entrara en ella. De ahí que los físicos se refieran al trabajo de Planck como el estudio de la radiación del cuerpo negro.            

          Albert Einstein, principalmente por sus teorías de la relatividad, fue uno de los primeros en aprovecharse de las hipótesis de Planck. En 1905 publicó una explicación del efecto fotoeléctrico en la producción de electricidad por la incidencia de luz en metales por lo que años después le fue otorgado el Premio Nobel de física. Einstein consideró la luz como un gas formado por un gran número de partículas cuyas energías seguían el comportamiento de los quanta (cuantos) de Planck y explicó el efecto fotoeléctrico como el resultado de la incidencia de las partículas de luz sobre los electrones del metal.

          Los electrones habían sido descubiertos ocho años antes por el físico inglés Joseph John Thompson. Ahora sabemos que la luz y la electricidad tienen estructura granular: la luz se compone de partículas llamadas fotones y la electricidad de electrones.   

          A partir de 1926, el desarrollo de la mecánica cuántica fue espectacular. En ese año el físico austriaco Erwin Schrödinger formuló la famosa ecuación que desde entonces lleva su nombre; con ella, los físicos iniciaron la construcción del edificio que alberga ahora las explicaciones de los fenómenos atómicos y moleculares. Poco después se puso en limpio la estructura matemática de la teoría cuántica, especialmente tras los trabajos de Paul Adrien, Maurice Dirac y John von Neumman.”

          Los logros de la mecánica cuántica fueron desde entonces tantos que no resulta fácil resumirlos. Entre otras cosas, y como su consecuencia, porque la lista de problemas ha ido creciendo paralelamente.

         
          Planteémonos ahora:


          ¿Estamos con lo relatado contraponiendo física clásica a física cuántica cuando ambas son, como decía uno de nuestros contertulios, dos caras de una misma materia?  No, por dos razones fundamentales: la primera, porque la física clásica es entendible ¡física al fin! desenvolviéndose en el rigor y la claridad de las ciencias exactas y bajo el paraguas de las matemáticas que le permiten conocer y desentrañar sus bases, sus postulados, las claras conclusiones matemáticas aplicadas a ella. La segunda, porque la física cuántica, por su carácter probabilista y casi en ciernes (?) parece seguir -aunque no sea así- una senda aparentemente alejada del razonamiento matemático lógico y deductivo, tan característico de las ciencias exactas, pareciendo querer ocupar un lugar diferente y hasta alejado de la propia física conocida al mostrarse aparentemente ¡sólo aparentemente! más cercana, más próxima, a la especulación propia de otras ciencias, caso de la metafísica, la filosofía e, incluso, la teología, que la llevan a aparecer como una física nueva, inédita, insospechada, que quiere comprometerse, nada más y nada menos, que con la esencia, con la naturaleza de la propia existencia y de la vida misma en sus aspectos más oscuros y trascendentes; es decir, con los de la mente y la conciencia pero también con el Génesis, arcanos insondables todos ellos que nadie ha sabido con certeza absoluta cómo abordarlos y que la mecánica cuántica  parece dispuesta a hacerlo en su condición de física en el sentido amplio que abarca el término.

          La mecánica cuántica es hoy por hoy un problema crucial de la ciencia ¡y una esperanza!  Se mueve, repetimos, entre la realidad de ésta pero también en la especulación, la conjetura, la suposición, mientras busca afanosamente su justo lugar en el vasto y apasionante mundo de las ciencias exactas con la pretensión de encontrar encaje en el no menos vasto mundo en el que el ser humano trata de hallar su primigenio origen y, en paralelo y como consecuencia, la razón última de su ser.     

      Nosotros admiramos el valor de los actuales investigadores que han puesto tan arduo y aparentemente irresoluble problema -el más apasionante de todos los que conocemos ya que trata la mente, la conciencia, la naturaleza y el origen de la vida misma- en manos de la mecánica cuántica cuando ésta, vista por un profano que necesita comprender y sustentar sus opiniones en hechos y en datos concretos dada su formación newtoniana, no parece tener para él ¡perdonen la herejía! soporte básico concreto sobre el que armar toda su estructura  porque no parte, aparentemente, de lo objetivo, de lo visible, de lo tangible.

          No obstante lo dicho, este profano, rebuscando, ha encontrado con satisfacción una argumentación sugestiva -que expone a continuación- que entiende plausible y capaz de sostener el importante andamiaje del que viene hablando con pasión la física cuántica.      


          Argumentación, ad hoc, hallada a lo que venimos tratando:


          Esa argumentación la he encontrado en la exposición que hace del problema el físico Heinz R. Pagel, que dice sobre el punto concreto que nos interesa resaltar:

          “La idea del átomo como la partícula más pequeña del universo fue descartada ante el descubrimiento de que el propio átomo está compuesto por elementos subatómicos más pequeños aun. Más demoledor que el descubrimiento de esas partículas subatómicas fue la revelación de que los átomos emitían distintas “energías extrañas” como los rayos X y la radiactividad.

          A comienzos del siglo XX, apareció una nueva remesa de científicos cuyo objetivo era averiguar la relación existente entre la energía y la estructura de la materia. Menos de diez años después, los físicos desecharon su fe en el universo material newtoniano porque llegaron a darse cuenta de que el universo no está formado por materia suspendida en el espacio, sino por energía.

             Los físicos cuánticos descubrieron que los átomos físicos están compuestos por vórtices de energía que giran y vibran de forma constante; cada átomo es como una peonza inestable que irradia energía. Puesto que cada átomo posee energía característica (inestable) las agrupaciones de átomos (moléculas) irradian en conjunto unos patrones de energía específicos. Cada estructura material en el universo -lo que nos incluye a todos- irradia un sello de energía único y característico.




         Si fuera posible observar ¡y es el aspecto más importante del trabajo que transcribimos! la composición de un átomo al microscopio, ¿qué veríamos? Imagínate un remolino de polvo que se mueve a través del desierto. Ahora elimina la arena y la suciedad del remolino. Lo que te queda es un vórtice invisible similar a un tornado. Pues bien, el átomo está formado por un cierto número de vórtices infinitesimales similares a esos torbellinos de arena que denominamos fotones. Desde lejos, el átomo parecería una esfera borrosa. A medida que se fuera enfocando y acercando la lente, el átomo se haría menos claro y definido. Si nos acercáramos a su superficie, el átomo desaparecería. No verías nada. De hecho, si enfocaras la estructura al completo del átomo, lo único que verías sería un vacío físico. El átomo no tiene estructura física: ¡los átomos están formados por energía invisible, no por materia tangible! Así pues, en nuestro mundo, la sustancia material (la materia) aparece de la nada. Algo bastante extraño, si nos paramos a pensarlo.

          La materia puede definirse de forma simultánea como un sólido (una partícula) y como un campo de fuerza inmaterial (una onda). Cuando los científicos estudian las propiedades físicas del átomo, como la masa y el peso, el átomo tiene la apariencia y el comportamiento de la materia física. Sin embargo, cuando esos mismos átomos se describen en términos de potenciales de voltaje y longitudes de onda, muestran las cualidades y propiedades de la energía (de las ondas).

          El hecho de que la energía y la materia sean una misma y única cosa es precisamente lo que Einstein reconoció al expresar su fórmula E = mc². Para Einstein, no vivimos en un universo con cuerpos físicos independientes separados por espacio muerto. El universo es un único e indivisible agujero dinámico en el que la energía y la materia están tan estrechamente relacionadas que resulta imposible considerarlas elementos independientes”.

          Las explicaciones dadas por R. Pagel nos parecían razonables y entendibles pero era necesario y natural contrastarlas con otras. Elegí para ello -por lo avanzado de los razonamientos- parte de lo que expone el profesor de Información Cuántica de la Universidad de Oxford Vlatko Vedral que me adelanto a decir que nunca entendí bien y que lo que entendí difícilmente lo comparto porque no tiene encaje en el mundo de la física que he conocido ni en el de la ontología del ente, del ser.

          Elegí, asimismo, opiniones y trabajos de otros investigadores. Del físico matemático de Oxford Sir Roger Penrose defensor de la teoría de la conciencia basada en la física cuántica y en una Ciencia de la Conciencia en un intento por dar a conocer el “problema duro” de cómo y por qué la mente subjetiva parece surgir de la mente objetiva. Basa Penrose sus estudios sobre pequeñas estructuras o microtúbulos que se encuentran en todas las células, especialmente en las neuronas. Los microtúbulos son cadenas moleculares; polímeros cilíndricos compuestos por patrones repetitivos de una proteína simple llamada tubulina. Sus trabajos acerca de la relación entre física cuántica y conciencia son apasionantes aunque los dejemos momentáneamente al margen porque requieren una especial atención y no es este el momento de ocuparnos en profundidad de ellos.

          Igual consideración hacemos hacia otro insigne pensador consultado: David Bohm, el científico americano de Pensilvania que formó parte del grupo de Berkeley, que trabajó en la teoría de la relatividad y que enriqueció su pensamiento con una proyección filosófica partiendo desde la física cuántica. Bohm indagó -especialmente en la última etapa de su vida científica- en la naturaleza de la conciencia y en la espiritualidad con interesantes trabajos de neuropsicología interesándose en su integración: en la unidad de energía, mente y materia relacionando aspectos conceptuales que incluyen a la física, a las matemáticas, al psiquismo y a la metafísica.

          Ambos investigadores merecen un tratamiento particularizado que dejamos para mejor ocasión soslayando sus planteamientos momentáneamente porque son complejos y encierran muchas dificultades de interpretación.            


          Retomemos la “información” de Vedral:


          Dice Vedral categórico: El universo no está compuesto de materia ni de energía sino de “información”. Bajo esa premisa fundamental monta todo su razonamiento sobre mecánica cuántica que resume y completa bajo los siguientes apartados que extractamos de lo publicado por la Cátedra de Ciencias, Tecnología y Religión (Tendencia de las Religiones) de la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid). Son los siguientes:

          La escala más pequeña del universo -la que se rige por las leyes de la
          física cuántica- parece un desafío al sentido común.

          Antes de que existiera materia o energía, existía ya información.

          Los objetos subatómicos pueden estar en más de un sitio a la vez.

          Dos partículas en extremos opuestos de una galaxia pueden compartir
          información instantáneamente.

          El mero hecho de observar un fenómeno cuántico puede modificarlo
          radicalmente.

          Apartados en los que hay que subrayar al primero de ellos ¡pues no! fácil de comprender y de explicar y que puede ser asumido sin más consideraciones. Al contrario de los otros que tienen una más difícil interpretación pero que han resultado cruciales para los investigadores de la física cuántica cuando estos se han puesto a razonar -cada uno a su aire, según el grupo de investigación al que pertenecen- no sólo sobre “información”-pilar básico que soporta las conclusiones de Vedral y de sus epígonos- sino sobre otros aspectos de lo cuántico, ya esbozados, que encierran igual o mayor dificultad de comprensión para el común de los mortales que intentan ¡intentamos! entender, desentrañar, la nueva física, la cuántica -variante de la física clásica- que, hoy por hoy, resulta  fundamental para llegar a interpretar la esencia, tanto material como  espiritual, de la vida misma.  

          Expongamos en torno a todo ello unas pocas aclaraciones -de las que tendría que ocuparse un especialista en informática porque a nosotros nos cae lejos- que pueden ayudar en el problema que nos ocupa. Son las siguientes:  

          Computación es sinónimo de informática. Como tal, se refiere a la tecnología desarrollada para el tratamiento automático de la información mediante el uso de computadoras u ordenadores.

          La computación cuántica es un paradigma de computación distinta al de la computación clásica.

          La informática es el conjunto de conocimientos que se ocupan del tratamiento automático de la información por medio de computadoras.




          Información: Unidas todas las teorías sobre el concepto, se llega a la conclusión de que son datos sobre un suceso o fenómeno particular que al ser ordenados en un contexto sirven para disminuir la incertidumbre y aumentar el conocimiento sobre un tema especifico. Su base es el uso de qubits -en lugar de bit- y da lugar a nuevas puertas lógicas que hacen posibles nuevos algoritmos.

          El qubit es la unidad mínima de información cuántica; permite procesar toda la información existente en segundos. El bit es la unidad mínima de información clásica. La diferencia principal entre ellos es que el bit tradicional sólo puede entregar resultados binarios (0 y 1) mientras que el qubit, aprovechando las propiedades de la mecánica cuántica, puede tener ambos valores al mismo tiempo lo que habilita una velocidad de procesamiento mucho mayor.

          Lo cuántico es la unidad mínima de energía. El concepto se refiere a lo vinculado con unos ciertos saltos de la energía al emitir o absorber radiación.

          De todo lo anterior se deduce que en el mundo cuántico, las partículas subatómicas logran existir en múltiples estados de forma simultánea. Esto es, pueden estar, literalmente, en dos lugares a la vez o poseer un número de propiedades de otra forma mutuamente exclusiva. Pueden encontrarse en esas y en otras situaciones que ya hemos expuesto tomadas de los diferentes investigadores de la física cuántica y que ésta resume y expresa en una frase muy demostrativa -también muy sorprendente- que dice: ¡en el mundo cuántico las cosas pueden ser o no ser, ambas a la vez! que nos deja, como poco, perplejos mientras meditamos sobre ella.

          Vedral, con respecto a la “información”, ha dado su interpretación del universo en base al concepto que toma del ingeniero Claude Shannon que fue quien desarrolló la forma matemática de la hoy llamada “teoría de la información”; aunque el concepto de información ya existía mucho antes de Shannon que lo que hizo fue habilitar técnicas físicas de ingeniería para el tratamiento de los procesos de información, recepción, almacenamiento, recuperación... ya existente en la naturaleza no sólo en el mundo biológico, sino, incluso, en el físico.    

          Dejamos aquí esta parte de lo cuántico que no queremos alargar más por las dificultades que encierra la física en general y en particular ésta, la cuántica, no sólo para nosotros, también, creemos, para quienes nos leen.


          Nos preguntamos para concluir:  


          ¿Por qué la mecánica cuántica excediéndose -creemos nosotros- ha decidido entrar con todo su arsenal en una nueva dimensión de la vida, en el de la naturaleza del ser humano, en el de sus orígenes, en el del Génesis, por decirlo en una palabra?

          ¿Cree lo cuántico que ha llegado la hora de explicar y aclarar, con absoluta seguridad y certeza, que lo material, lo objetivo y “palpable” de la vida, puede surgir de lo inmaterial, de la nada más o menos visible? ¿O no es de la nada, ex nihilo, de un aparente vacío, de donde parece surgir este tipo de física que puede terminar por hacerse “de la otra”, de la clásica?

          ¡Le va a ser difícil lograrlo! En disyuntiva, por dos razones: O porque le queda una larguísima etapa por recorrer o porque el camino del ser vivo en su trascendencia va por otro lado.

          Mucho nos queda aun por aprender de la mecánica cuántica aunque a nosotros nos baste, de momento al menos, con lo expuesto recogido de acreditadas fuentes. Nos ha costado aceptar muchas cosas. La que más la aparente paradoja de la transición, la que va “desde la nada al todo, desde lo ínfimo de la materia a la vida plena”. Aunque podemos asegurar que leyendo y estudiando el mundo de lo cuántico hemos sentido la casi inaprensible sacudida de quien se topa con lo culminante de la física en su ensamblaje entre lo clásico con lo más nuevo.

          Mundo éste, el cuántico, que sabemos proviene, segregado, del de la física clásica aunque también, naturalmente, de la suya propia, es decir, del de la nueva física de lo ultramicroscópico. Física enigmática, sorprendente y hasta “humilde” cuando reconoce de sí misma que “parece un desafío al sentido común”.

          Todo eso lo discutían ¡recuerdan! un exiguo grupo de médicos jubilados que estaban, por razones de edad, más cerca de la metafísica y de la teología que de la cotidiana realidad. Lo que no debe extrañarnos ya que esos “rabadanes” sabían que la física en sus diversas formas les iba a superar en exactitud y en rigor matemático en todo momento; en aras de lo cual reclamaban para sí el mundo de los sentimientos, el de las emociones, el de la trascendencia, valores, todos ellos, inmanentes a la condición humana. 




          Addenda:

          Una ulterior consideración que puede parecer marginal ¡pero que no lo es! porque invita a la reflexión a los estudiantes y a los profesores de las Escuelas de Medicina.

          Se dice en ella: Los mecanismos tan distintos que controlan la estructura y el funcionamiento de la materia deberían haber ofrecido a la biomedicina nuevas perspectivas de lo que son la salud y la enfermedad. Sin embargo, aun después de los descubrimientos de la física cuántica, a los estudiantes de medicina y de biología se les sigue enseñando a ver el cuerpo como una máquina física que opera según los principios de la física de Newton.


          Grave fallo éste del que venimos alertando a la clase médica desde hace tiempo -con poco éxito, por cierto- a la que hemos aconsejado que modifique sus estructuras y sus hábitos porque anclada en lo tradicional permanecen alejada, hoy por hoy, de las nuevas tendencias en las que, convincente y esperanzadora, la física cuántica ocupa un preeminente lugar.