miércoles, 13 de enero de 2016

Don Tadeo de El Hierro

Sorprendido ante su originalidad, y con admiración, escrito dedicado a Don Tadeo Casañas, “el ordeñador de nubes” que salvó a la gente de El Hierro de la sequía de 1948 quien con 97 años aun vive a l5 de Diciembre de 2015.

Práctica reproducción, con escasos añadidos, a un artículo de Ander Izaguirre publicado en el periódico El Mundo el 10 de Diciembre del 2015.

Don Tadeo tuvo una idea. Cortó varias piteras (1) -las hojas largas, duras y acanaladas del agave (2) - y montó un acueducto rústico desde el techo de brezos (3) hasta un aljibe en el que solían recoger lluvia y que estaba seco desde hacía meses. En pocas horas se llenó con el goteo de la niebla (5).

-Les dije a mis vecinos que les llevaría agua hasta sus casas, si me dejaban unas planchas de zinc, las que usaban como techo de las cuadras.

Montó las planchas para recoger más agua de los brezos, instaló una tubería que le cedió el Ayuntamiento y consiguió un chorro que bajaba desde la montaña hasta el pueblecito de Tiñor: daba 14 litros por minuto. En plena sequía, Don Tadeo ordeñó la niebla y salvó a sus vecinos.

Don Tadeo insiste en que no inventó nada. Él simplemente observaba nubes (6) y leía libros.

-A mí me llaman el sabio de El Hierro y yo lo que soy es un ignorante muy grande. Ahora me estoy muriendo, pero molesto a la gente con preguntas porque quiero saber un poco más. Casi no fui a la escuela, sólo aprendí a leer y las cuatro reglas, pero leía mucho, sobre todo El Quijote y los libros de Historia.

Yo sabía que los bimbaches (7) sacaban agua de la niebla. Lo contaron los primeros conquistadores europeos, los normandos Bethencourt y La Salle, y muchos se lo tomaron a chufla. A principios del siglo XV explicaron que en la isla de Ezero, hoy El Hierro, los aborígenes bimbaches tenían «un árbol sobre el cual todas las tardes se sienta una nube blanca, que destila agua por las hojas abajo, de la cual beben los vecinos y todos sus ganados». Las crónicas castellanas, cien años después, repitieron la historia de la isla «seca y estéril» a la que Dios había provisto con un «árbol milagroso» que daba agua. Los nativos lo llamaban garoé (8) y excavaban estanques en su base para acumular el líquido. Pero El Hierro era la isla más occidental, el fin del mundo conocido, un territorio casi mitológico. Y la historia del árbol milagroso sonaba como tantos relatos de los mundos recién descubiertos: pura invención, para autores racionalistas como Feijóo.

No era magia, no era leyenda. Es física, sencilla y hermosa: los vientos alisios (9) chocan con la cara norte de El Hierro, el aire húmedo sube por la ladera y se va condensando un mar de nubes. El árbol garoé crece en un emplazamiento perfecto: a mil metros de altitud, en la parte más alta del barranco de Tigulate, una hendidura por la que sube la niebla desde la costa hasta la montaña. Es un tilo, árbol tiliáceo (árboles y arbustos de regiones templadas y tropicales, con hojas alternas, flores en cimas complejas en las axilas de las hojas y frutos en nuez o en cápsulas cuyas flores son la tila, flor del tilo) de tronco esbelto que se abre en una copa amplia y ramificada: ideal para atrapar el vapor, que se condensa en las ramas y empieza a gotear. El árbol está siempre empapado, rebozado de musgo, sobre una tierra húmeda, blanda, olorosa. Y en su base se ven las albercas excavadas por los bimbaches, depósitos de tres y cuatro metros de profundidad, donde se acumulaba -donde se sigue acumulando- el agua del árbol milagroso.

Un ventarrón derribó el garoé legendario en 1610. El tilo actual lo plantaron en el mismo sitio en 1949, poco después del experimento de Don Tadeo con los brezos. Y hubo otros atrapanieblas en los años posteriores que observaban las brumas (nieblas, especialmente las que se forman sobre el mar) elegían los árboles adecuados y excavaban depósitos debajo de ellos, como cuenta el ingeniero Isidoro Sánchez. Habla de la sabina (10) del pastor Juan Bartolo, que obtenía agua abundante para sus rebaños, o la sabina del guarda Zósimo Hernández, que recogía miles de litros en dos depósitos, para dar de beber a los cientos de romeros que cada cuatro años cruzan la isla bailando y portando a hombros la imagen de la Virgen de los Reyes.

Los herreños dependían del ingenio de un pastor o de un guarda para no pasar sed. Y no tenía por qué ser así. La sed era una consecuencia política, consecuencia de una cierta organización social, según el geógrafo Carlos Santiago Martín.

En las zonas medias y altas de El Hierro llueve tanto como en Pamplona, Burgos o Huesca. Pero la isla es muy joven: un montón de rocas volcánicas que acaban de emerger, un terreno que aún no se ha compactado, y las aguas se escurren por las grietas hacia el subsuelo. No hay ríos, no hay lagos, pero bastaban unos pozos para extraer agua abundante de los acuíferos. Martín explica que los grandes propietarios de tierras de El Hierro nunca quisieron invertir en tecnologías hidráulicas y que frenaron cualquier amago de obra pública. Con los pozos escasos que ellos controlaban, les bastaba para mantener su ganado y sus cultivos, incluso vendían agua a los campesinos. «La posesión de agua es una extraordinaria herramienta de poder», escribe Martín. En la década de 1970, cuando algunos propietarios quisieron ampliar la producción de plátanos para exportarlos, se perforaron los primeros grandes pozos. Hasta entonces, los herreños se las apañaban con métodos rudimentarios: acumulaban agua en los huecos de los troncos, en pequeños estanques en el monte, en los patios de las casas. Y cuando llegaba un año seco, ¡ay!

-Teníamos que bajar con una garrafa hasta la fuente de Timijiraque, que está en la orilla del mar, llenarla y vuelta -dice una anciana en Casa Goyo, el bar que está cerca de la casa de Don Tadeo, a mil metros de altitud sobre el mar, a mil metros sobre la fuente.

Medio siglo después, Ricardo Gil es capaz de ordeñarle miles de litros diarios a la niebla con un invento sencillo, y también se lamenta de la falta de apoyo para desarrollarlo. Gil nació en Venezuela hace 54 años, hijo de una de aquellas parejas canarias que precisamente emigraron por las sequías, la pobreza, la falta de oportunidades, y ahora vive y tiene ideas en Tenerife.

Muy cerca del árbol garoé, en la cumbre de Ventejís, se levantan seis rectángulos verdes como seis fichas de dominó, de cuatro metros de altura. Son los captadores de niebla inventados por Gil: estructuras de aluminio envueltas en una red mosquitera. Se inspiró en las redes atrapanieblas que tendían los chilenos en el desierto, y desarrolló este modelo tridimensional que resiste vientos más fuertes.

-Cuanto más veloz pasa la niebla, más gotas deja en las mallas. Antes había que plegar los captadores en cuanto soplaba un poco fuerte, pero nuestro modelo soporta vientos de alerta naranja, hasta 70 km/h. Y gracias a eso hemos pasado de recoger una máxima de 140 litros diarios con un captador, a recoger 1.350.

El goteo de los seis captadores de Ventejís se acumula en una gran piscina, como reserva para incendios. Pero Agua de Niebla, la empresa de Gil, también obtiene agua para consumo humano en los 27 captadores que colocaron en Gran Canaria. Empezaron a embotellarla y venderla en 2014, con el nombre de Alisios.

-Es un agua muy pura, porque la recogemos de las nubes sin que toque el suelo. Así que tiene muy pocos minerales. Por eso es un agua perfecta para hacer té o café, porque no añade nada al sabor original. Y estamos haciendo pruebas para producir cerveza con agua de niebla, también ginebra, whisky, vodka.

Recogen el agua de niebla en las Canarias, pero Gil dice que sería fácil instalar «huertos hídricos» en muchos otros lugares.

-Llegamos a recoger 35.000 litros de agua potable en un día, en una superficie de apenas 350 metros cuadrados. Eso se podría multiplicar mucho. Y es una tecnología sencilla y baratísima, que no consume ninguna energía, no produce residuos, no agota los recursos hídricos. Tiene un potencial enorme. Pero necesitamos estudios, un mapa de nieblas, necesitamos financiación para fabricar más captadores y permisos para instalarlos... Tenemos un recurso muy abundante, sabemos obtenerlo de manera sencilla, solo falta que nos hagan caso.

Yo no inventé nada, dice Gil varias veces, sólo copié a la naturaleza: viento, niebla y un obstáculo para que las gotas se condensen.

-Yo no inventé nada -dice Don Tadeo, incorporado en su sofá, agarrándose al andador-. Se gastan millones para llevar agua de un sitio a otro, y en las cumbres se está perdiendo toda esa agua de niebla que podría bajar sola. En la montaña la niebla viene rabiando. Hasta las pestañas producen agua, cuando la bruma -niebla- choca con ellas. Sólo hay que recogerla.


1.- pitera: pita, planta amarilidácea (nombre aplicado a las plantas de la familia de la amarilis y del narciso, con bulbo o rizomas y flores solitarias o en umbela; ornamentales muchas de ellas) oriunda de México, de hojas radicales grandes, carnosas, en pirámide triangular, con espinas en el margen y en la punta, color verde claro, y flores amarillentas en ramilletes sobre un bohordo (tallo que sale del centro de una planta herbácea sosteniendo la flor; como el lirio o el narciso) central o pitón, que no se desarrolla hasta que la planta tiene ya muchos años, pero entonces se eleva en pocos días a la altura de seis o siete metros. Vive en terrenos secos (Agave americana). Aunque también es conocida esta planta en las islas con los indoamericanismos henequén y maguén (este último en Tenerife, procedente de la voz taína -voz que se aplica a los individuos de un pueblo indio que habitó en las Antillas, así como a su lengua o sus cosas- maguey) tradicionalmente la denominación más frecuente ha sido la de pitera.

2.- agave: nombre común de diversos arbustos de la familia amarilidáceas género Agave. Es una planta crasa, de gran tamaño y con hojas carnosas. Originaria de América tropical, crece en las regiones cálidas y mediterráneas. Con sus hojas se fabrican fibras textiles y con su savia se elaboran diversas bebidas alcohólicas (pulque, tequila y mezcal).

3.- brezo: nombre común de diferentes arbustos de la familia ericáceas, género Erica. Se caracterizan por sus hojas aciculares persistentes, flores blancas o rosadas y frutos capsulares. Suelen crecer formando grandes matorrales, que constituyen la etapa de sustitución de las formaciones arbóreas cuando éstas se degradan.

4.- ericáceo: se aplica a las plantas de la familia del brezo y del madroño, que son principalmente arbustos o arbolitos con especies en todo el mundo, de hojas simples, a menudo persistentes, flores en inflorescencias y fruto en cápsulas o baya.

5.- niebla: nube en contacto con la tierra y que oscurece más o menos la atmósfera.

6.- nube: agrupación de pequeñas gotas de agua o cristales de hielo suspendidos en la atmósfera que se forman por la condensación, sobre partículas en suspensión, del vapor de agua procedente de la evaporación del agua de mares y otras grandes masas acuosas. La presencia de agua o hielo depende de la temperatura atmosférica.

7.- bimbache, bembacho, bimbacho, bimbapa, bimbape, bimbapo (De origen prehispánico). Antiguo habitante de la isla de El Hierro cuando fue conquistada.

8.- garoe o garoé, gan, garao, garoa, garre, garsé, haroe: árbol mítico que según los historiadores destilaba agua la cual se recogía en una alberca colocada al pie. “Árbol Santo”, así llamado por los conquistadores, que ofrece la propiedad, hoy perfectamente explicada por la ciencia, de condensar las nubes que besan sus altas copas, produciendo regular cantidad de agua cuidadosamente recogidas en unas piscinas de toba o tosca -concreción caliza muy porosa formada al depositarse la cal que llevan las aguas de algunos manantiales en los sitios por donde pasan- labrada en su subsuelo y cuya porción era bastante para subvenir las necesidades del entonces reducido vecindario herreño.

9.- alisios, vientos: vientos fijos que soplan en la zona tórrida (aplicado al clima o a la temperatura y a los países por ellos, extraordinariamente calurosos por estar en la zona geográfica situada a ambos lados del Ecuador), procedentes del nordeste o del sudeste según el hemisferio.

10.- sabina: cedro de Canarias, árbol cupresáceo que puede alcanzar hasta los quince metros de altura, endémico de Canarias y Madeira, de tronco grueso y torcido, corteza fisurada, ramas más o menos colgantes, muchas veces deformadas por el viento, y madera liviana, resistente y olorosa.

11.- cedro: nombre común de diversas especies arbóreas pertenecientes a la familia pináceas, género Cedrus. Se caracterizan por su tronco grueso y derecho, ramas horizontales, hojas aciculares persistentes agrupadas en fascículos y piñas erectas con escamas caedizas. Nombre común de diversas especies arbóreas pertenecientes a los géneros Juniperus y Cedrela.