martes, 10 de mayo de 2016

Lo Cuántico

          Lo Cuántico


          Dr. Antonio A. Hage Made


          Ingenua pretensión de entrar en el apasionante mundo de la mecánica cuántica



          La física nos ha llevado, en el devenir histórico, desde casi nada a casi todo al ocuparse de las leyes y de los fenómenos de la naturaleza que tienen que ver con las fuerzas y con las propiedades generales de la materia. Su base ha sido la objetividad, la visibilidad, la demostración fehaciente del fenómeno, lo que le ha permitido sentar principios aparentemente inamovibles que perduran.

          Así, objetiva, clara, newtoniana -permitan la adjetivación- la conocimos nosotros y nuestros condiscípulos. Así ha continuado hasta hace relativamente unos pocos años en que parece haber entrado en colisión con “la otra física”, con la cuántica, cuando ésta  comenzó a desentrañar el átomo.

          He de adelantar que el conocimiento de lo poco que en principio aprendí, y hoy sé mejor, del mundo cuántico me entusiasmó. Fue en una época en la que nos reuníamos un exiguo grupo de médicos jubilados que aunque sobrepasados por la envergadura de lo que discutíamos nos habíamos instalado en la metafísica y en la trascendencia más por causa de nuestras edades que por los conocimientos que atesorábamos.

          El entusiasmo por lo esotérico, por un mundo nuevo sugestivo y atrayente que parecía poder explicar nada más y nada menos -entre otras cosas- que la capacidad de la mente para crear, para transcender, para indagar en la propia génesis del universo y en algo tan sugestivo como el pensamiento y la conciencia, nos obnubiló hasta el punto de arrumbar a la física clásica. En esa obsesión y entusiasmo estábamos cuando uno de nosotros, dando un puñetazo sobre la mesa dijo: ¡hasta aquí hemos llegado! nosotros no somos nadie para contraponer, como estamos haciendo, física newtoniana a física cuántica aunque estemos mirando arrobados hasta donde ha llegado esta última; reparemos, continuó, en que estamos hablando de dos físicas diferentes, una, clásica, determinista; otra, cuántica, probabilística, que ha llegado tan lejos que ha hecho de lo microscópico y de lo ultramicroscópico un nuevo y apasionante mundo dentro de la propia física.    

          Mejor diríamos, terció otro contertulio, que estamos contemplando dos caras de una misma ciencia: la de la física.
        
          ¡De acuerdo!, fue la unánime conclusión a la que se llegó.  

          En esa tesitura nos encontramos todavía ahora. Expectantes, perplejos, viendo el nuevo e inédito derrotero que ha tomado la ciencia en los últimos tiempos en los que la física clásica, determinista, puede parecer que va llegando a su límite y en el que a la cuántica, posibilista, se le abren sobrecogedores e inéditos caminos con perspectivas que hoy por hoy nos parecen casi un sueño.  

          El determinismo científico lo que nos dice, grosso modo, es que todo lo que acontece tiene una causa. Que si conociéramos todas las leyes físicas del universo y las partículas que lo forman podríamos predecir el futuro de forma determinista y que cuando muchos de los efectos de los que hablamos no se pueden predecir nos podríamos encontrar ante el azar.

          El probabilismo es otra cosa. Es, en verdad de Perogrullo, una aproximación al universo de la probabilidad. La de que un suceso acontezca en un momento determinado sin especificar cuando ocurrirá. Así, dadas unas condiciones iniciales, la mecánica cuántica mantiene que coexisten muchos estados posibles con una cierta probabilidad.

          Desde lo anteriormente expuesto, comenzamos nuestro relato sobre un problema elaborado, en su parte técnica, con la voz de otros y al que le hemos echado mucha  imaginación para poder sacarlo adelante teniendo en cuenta la escasa formación física que poseemos y a que la teoría cuántica, como casi todas las teorías científicas, es la obra resultante de una gran variedad de esfuerzos personales realizados por muchos en muy diversos lugares.


          La Historia nos recuerda:


          “hace un siglo, el 14 de diciembre de 1900, en una conferencia impartida por el profesor Max Planck de la Sociedad de Física de Berlín, se habló por primera vez de la física cuántica. En esa ocasión Planck dio a conocer una forma de describir el comportamiento del color de la luz producido por un cuerpo caliente. Este fenómeno no es totalmente desconocido pues se sabe por experiencia que si se calienta un pedazo de hierro éste se hace luminoso -tanto más brillante cuanto más caliente- y que su luz, como la solar, está compuesta por una extensa gama de colores que nos recuerdan el arco iris.

          Para precisar el color de una luz se le asigna una cantidad llamada frecuencia. Cuando la luz pasa del rojo al amarillo y luego al violeta la frecuencia crece. Si se sigue aumentando la frecuencia, la luz se hará invisible para nuestros ojos y diremos que se trata de luz ultravioleta. El crecimiento de la frecuencia nos conducirá a otras luces: a los rayos X y a los llamados rayos gamma. La organización de las luces en términos de sus frecuencias constituye el espectro electromagnético y la teoría correspondiente ya estaba firmemente establecida cuando Planck realizó sus estudios. Sin embargo, su aplicación a la emisión de luz por un cuerpo caliente predecía algo absurdo: que el aumento de temperatura haría crecer sin límite la frecuencia.  





          Max Planck se había doctorado en la Universidad de Munich y especializado en termodinámica, esto es, en el estudio de las propiedades de la materia relacionadas con las condiciones a las que está sujeta, en especial su temperatura. Una característica esencial del estudio termodinámico es que puede tratar un objeto sin necesidad de detallarlo demasiado y por ello podemos saber mucho del comportamiento de un gas sin tomar en cuenta que está hecho de partículas.

          Desde finales del siglo pasado se sabía cómo usar la mecánica para explicar las conclusiones de los estudios de termodinámica en términos de las componentes básicas del objeto en consideración, por ejemplo, la presión que ejerce un gas como resultado de que está hecho de partículas.   

          Volvamos al pedazo de hierro y pensemos en su calentamiento. Si tal objeto tuviera cavidad interna -una burbuja que quedó atrapada dentro de él, por ejemplo- al calentarlo llenaría la cavidad y tendríamos una especie de frasco repleto de luz. No es extraño entonces estudiar la luz como un gas y preguntarse acerca de sus compuestos. Es preciso señalar aquí algo que podría parecer paradójico: un buen emisor puede ser también un gran absorbente, esto es, los objetos luminosísimos son la otra cara de los hoyos negros. Esto es claro si se piensa que una cavidad repleta de luz podría dejar escapar un haz de gran luminosidad, mientras que la misma cavidad, cuando está totalmente vacía, guardaría toda la luz que entrara en ella. De ahí que los físicos se refieran al trabajo de Planck como el estudio de la radiación del cuerpo negro.            

          Albert Einstein, principalmente por sus teorías de la relatividad, fue uno de los primeros en aprovecharse de las hipótesis de Planck. En 1905 publicó una explicación del efecto fotoeléctrico en la producción de electricidad por la incidencia de luz en metales por lo que años después le fue otorgado el Premio Nobel de física. Einstein consideró la luz como un gas formado por un gran número de partículas cuyas energías seguían el comportamiento de los quanta (cuantos) de Planck y explicó el efecto fotoeléctrico como el resultado de la incidencia de las partículas de luz sobre los electrones del metal.

          Los electrones habían sido descubiertos ocho años antes por el físico inglés Joseph John Thompson. Ahora sabemos que la luz y la electricidad tienen estructura granular: la luz se compone de partículas llamadas fotones y la electricidad de electrones.   

          A partir de 1926, el desarrollo de la mecánica cuántica fue espectacular. En ese año el físico austriaco Erwin Schrödinger formuló la famosa ecuación que desde entonces lleva su nombre; con ella, los físicos iniciaron la construcción del edificio que alberga ahora las explicaciones de los fenómenos atómicos y moleculares. Poco después se puso en limpio la estructura matemática de la teoría cuántica, especialmente tras los trabajos de Paul Adrien, Maurice Dirac y John von Neumman.”

          Los logros de la mecánica cuántica fueron desde entonces tantos que no resulta fácil resumirlos. Entre otras cosas, y como su consecuencia, porque la lista de problemas ha ido creciendo paralelamente.

         
          Planteémonos ahora:


          ¿Estamos con lo relatado contraponiendo física clásica a física cuántica cuando ambas son, como decía uno de nuestros contertulios, dos caras de una misma materia?  No, por dos razones fundamentales: la primera, porque la física clásica es entendible ¡física al fin! desenvolviéndose en el rigor y la claridad de las ciencias exactas y bajo el paraguas de las matemáticas que le permiten conocer y desentrañar sus bases, sus postulados, las claras conclusiones matemáticas aplicadas a ella. La segunda, porque la física cuántica, por su carácter probabilista y casi en ciernes (?) parece seguir -aunque no sea así- una senda aparentemente alejada del razonamiento matemático lógico y deductivo, tan característico de las ciencias exactas, pareciendo querer ocupar un lugar diferente y hasta alejado de la propia física conocida al mostrarse aparentemente ¡sólo aparentemente! más cercana, más próxima, a la especulación propia de otras ciencias, caso de la metafísica, la filosofía e, incluso, la teología, que la llevan a aparecer como una física nueva, inédita, insospechada, que quiere comprometerse, nada más y nada menos, que con la esencia, con la naturaleza de la propia existencia y de la vida misma en sus aspectos más oscuros y trascendentes; es decir, con los de la mente y la conciencia pero también con el Génesis, arcanos insondables todos ellos que nadie ha sabido con certeza absoluta cómo abordarlos y que la mecánica cuántica  parece dispuesta a hacerlo en su condición de física en el sentido amplio que abarca el término.

          La mecánica cuántica es hoy por hoy un problema crucial de la ciencia ¡y una esperanza!  Se mueve, repetimos, entre la realidad de ésta pero también en la especulación, la conjetura, la suposición, mientras busca afanosamente su justo lugar en el vasto y apasionante mundo de las ciencias exactas con la pretensión de encontrar encaje en el no menos vasto mundo en el que el ser humano trata de hallar su primigenio origen y, en paralelo y como consecuencia, la razón última de su ser.     

      Nosotros admiramos el valor de los actuales investigadores que han puesto tan arduo y aparentemente irresoluble problema -el más apasionante de todos los que conocemos ya que trata la mente, la conciencia, la naturaleza y el origen de la vida misma- en manos de la mecánica cuántica cuando ésta, vista por un profano que necesita comprender y sustentar sus opiniones en hechos y en datos concretos dada su formación newtoniana, no parece tener para él ¡perdonen la herejía! soporte básico concreto sobre el que armar toda su estructura  porque no parte, aparentemente, de lo objetivo, de lo visible, de lo tangible.

          No obstante lo dicho, este profano, rebuscando, ha encontrado con satisfacción una argumentación sugestiva -que expone a continuación- que entiende plausible y capaz de sostener el importante andamiaje del que viene hablando con pasión la física cuántica.      


          Argumentación, ad hoc, hallada a lo que venimos tratando:


          Esa argumentación la he encontrado en la exposición que hace del problema el físico Heinz R. Pagel, que dice sobre el punto concreto que nos interesa resaltar:

          “La idea del átomo como la partícula más pequeña del universo fue descartada ante el descubrimiento de que el propio átomo está compuesto por elementos subatómicos más pequeños aun. Más demoledor que el descubrimiento de esas partículas subatómicas fue la revelación de que los átomos emitían distintas “energías extrañas” como los rayos X y la radiactividad.

          A comienzos del siglo XX, apareció una nueva remesa de científicos cuyo objetivo era averiguar la relación existente entre la energía y la estructura de la materia. Menos de diez años después, los físicos desecharon su fe en el universo material newtoniano porque llegaron a darse cuenta de que el universo no está formado por materia suspendida en el espacio, sino por energía.

             Los físicos cuánticos descubrieron que los átomos físicos están compuestos por vórtices de energía que giran y vibran de forma constante; cada átomo es como una peonza inestable que irradia energía. Puesto que cada átomo posee energía característica (inestable) las agrupaciones de átomos (moléculas) irradian en conjunto unos patrones de energía específicos. Cada estructura material en el universo -lo que nos incluye a todos- irradia un sello de energía único y característico.




         Si fuera posible observar ¡y es el aspecto más importante del trabajo que transcribimos! la composición de un átomo al microscopio, ¿qué veríamos? Imagínate un remolino de polvo que se mueve a través del desierto. Ahora elimina la arena y la suciedad del remolino. Lo que te queda es un vórtice invisible similar a un tornado. Pues bien, el átomo está formado por un cierto número de vórtices infinitesimales similares a esos torbellinos de arena que denominamos fotones. Desde lejos, el átomo parecería una esfera borrosa. A medida que se fuera enfocando y acercando la lente, el átomo se haría menos claro y definido. Si nos acercáramos a su superficie, el átomo desaparecería. No verías nada. De hecho, si enfocaras la estructura al completo del átomo, lo único que verías sería un vacío físico. El átomo no tiene estructura física: ¡los átomos están formados por energía invisible, no por materia tangible! Así pues, en nuestro mundo, la sustancia material (la materia) aparece de la nada. Algo bastante extraño, si nos paramos a pensarlo.

          La materia puede definirse de forma simultánea como un sólido (una partícula) y como un campo de fuerza inmaterial (una onda). Cuando los científicos estudian las propiedades físicas del átomo, como la masa y el peso, el átomo tiene la apariencia y el comportamiento de la materia física. Sin embargo, cuando esos mismos átomos se describen en términos de potenciales de voltaje y longitudes de onda, muestran las cualidades y propiedades de la energía (de las ondas).

          El hecho de que la energía y la materia sean una misma y única cosa es precisamente lo que Einstein reconoció al expresar su fórmula E = mc². Para Einstein, no vivimos en un universo con cuerpos físicos independientes separados por espacio muerto. El universo es un único e indivisible agujero dinámico en el que la energía y la materia están tan estrechamente relacionadas que resulta imposible considerarlas elementos independientes”.

          Las explicaciones dadas por R. Pagel nos parecían razonables y entendibles pero era necesario y natural contrastarlas con otras. Elegí para ello -por lo avanzado de los razonamientos- parte de lo que expone el profesor de Información Cuántica de la Universidad de Oxford Vlatko Vedral que me adelanto a decir que nunca entendí bien y que lo que entendí difícilmente lo comparto porque no tiene encaje en el mundo de la física que he conocido ni en el de la ontología del ente, del ser.

          Elegí, asimismo, opiniones y trabajos de otros investigadores. Del físico matemático de Oxford Sir Roger Penrose defensor de la teoría de la conciencia basada en la física cuántica y en una Ciencia de la Conciencia en un intento por dar a conocer el “problema duro” de cómo y por qué la mente subjetiva parece surgir de la mente objetiva. Basa Penrose sus estudios sobre pequeñas estructuras o microtúbulos que se encuentran en todas las células, especialmente en las neuronas. Los microtúbulos son cadenas moleculares; polímeros cilíndricos compuestos por patrones repetitivos de una proteína simple llamada tubulina. Sus trabajos acerca de la relación entre física cuántica y conciencia son apasionantes aunque los dejemos momentáneamente al margen porque requieren una especial atención y no es este el momento de ocuparnos en profundidad de ellos.

          Igual consideración hacemos hacia otro insigne pensador consultado: David Bohm, el científico americano de Pensilvania que formó parte del grupo de Berkeley, que trabajó en la teoría de la relatividad y que enriqueció su pensamiento con una proyección filosófica partiendo desde la física cuántica. Bohm indagó -especialmente en la última etapa de su vida científica- en la naturaleza de la conciencia y en la espiritualidad con interesantes trabajos de neuropsicología interesándose en su integración: en la unidad de energía, mente y materia relacionando aspectos conceptuales que incluyen a la física, a las matemáticas, al psiquismo y a la metafísica.

          Ambos investigadores merecen un tratamiento particularizado que dejamos para mejor ocasión soslayando sus planteamientos momentáneamente porque son complejos y encierran muchas dificultades de interpretación.            


          Retomemos la “información” de Vedral:


          Dice Vedral categórico: El universo no está compuesto de materia ni de energía sino de “información”. Bajo esa premisa fundamental monta todo su razonamiento sobre mecánica cuántica que resume y completa bajo los siguientes apartados que extractamos de lo publicado por la Cátedra de Ciencias, Tecnología y Religión (Tendencia de las Religiones) de la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid). Son los siguientes:

          La escala más pequeña del universo -la que se rige por las leyes de la
          física cuántica- parece un desafío al sentido común.

          Antes de que existiera materia o energía, existía ya información.

          Los objetos subatómicos pueden estar en más de un sitio a la vez.

          Dos partículas en extremos opuestos de una galaxia pueden compartir
          información instantáneamente.

          El mero hecho de observar un fenómeno cuántico puede modificarlo
          radicalmente.

          Apartados en los que hay que subrayar al primero de ellos ¡pues no! fácil de comprender y de explicar y que puede ser asumido sin más consideraciones. Al contrario de los otros que tienen una más difícil interpretación pero que han resultado cruciales para los investigadores de la física cuántica cuando estos se han puesto a razonar -cada uno a su aire, según el grupo de investigación al que pertenecen- no sólo sobre “información”-pilar básico que soporta las conclusiones de Vedral y de sus epígonos- sino sobre otros aspectos de lo cuántico, ya esbozados, que encierran igual o mayor dificultad de comprensión para el común de los mortales que intentan ¡intentamos! entender, desentrañar, la nueva física, la cuántica -variante de la física clásica- que, hoy por hoy, resulta  fundamental para llegar a interpretar la esencia, tanto material como  espiritual, de la vida misma.  

          Expongamos en torno a todo ello unas pocas aclaraciones -de las que tendría que ocuparse un especialista en informática porque a nosotros nos cae lejos- que pueden ayudar en el problema que nos ocupa. Son las siguientes:  

          Computación es sinónimo de informática. Como tal, se refiere a la tecnología desarrollada para el tratamiento automático de la información mediante el uso de computadoras u ordenadores.

          La computación cuántica es un paradigma de computación distinta al de la computación clásica.

          La informática es el conjunto de conocimientos que se ocupan del tratamiento automático de la información por medio de computadoras.




          Información: Unidas todas las teorías sobre el concepto, se llega a la conclusión de que son datos sobre un suceso o fenómeno particular que al ser ordenados en un contexto sirven para disminuir la incertidumbre y aumentar el conocimiento sobre un tema especifico. Su base es el uso de qubits -en lugar de bit- y da lugar a nuevas puertas lógicas que hacen posibles nuevos algoritmos.

          El qubit es la unidad mínima de información cuántica; permite procesar toda la información existente en segundos. El bit es la unidad mínima de información clásica. La diferencia principal entre ellos es que el bit tradicional sólo puede entregar resultados binarios (0 y 1) mientras que el qubit, aprovechando las propiedades de la mecánica cuántica, puede tener ambos valores al mismo tiempo lo que habilita una velocidad de procesamiento mucho mayor.

          Lo cuántico es la unidad mínima de energía. El concepto se refiere a lo vinculado con unos ciertos saltos de la energía al emitir o absorber radiación.

          De todo lo anterior se deduce que en el mundo cuántico, las partículas subatómicas logran existir en múltiples estados de forma simultánea. Esto es, pueden estar, literalmente, en dos lugares a la vez o poseer un número de propiedades de otra forma mutuamente exclusiva. Pueden encontrarse en esas y en otras situaciones que ya hemos expuesto tomadas de los diferentes investigadores de la física cuántica y que ésta resume y expresa en una frase muy demostrativa -también muy sorprendente- que dice: ¡en el mundo cuántico las cosas pueden ser o no ser, ambas a la vez! que nos deja, como poco, perplejos mientras meditamos sobre ella.

          Vedral, con respecto a la “información”, ha dado su interpretación del universo en base al concepto que toma del ingeniero Claude Shannon que fue quien desarrolló la forma matemática de la hoy llamada “teoría de la información”; aunque el concepto de información ya existía mucho antes de Shannon que lo que hizo fue habilitar técnicas físicas de ingeniería para el tratamiento de los procesos de información, recepción, almacenamiento, recuperación... ya existente en la naturaleza no sólo en el mundo biológico, sino, incluso, en el físico.    

          Dejamos aquí esta parte de lo cuántico que no queremos alargar más por las dificultades que encierra la física en general y en particular ésta, la cuántica, no sólo para nosotros, también, creemos, para quienes nos leen.


          Nos preguntamos para concluir:  


          ¿Por qué la mecánica cuántica excediéndose -creemos nosotros- ha decidido entrar con todo su arsenal en una nueva dimensión de la vida, en el de la naturaleza del ser humano, en el de sus orígenes, en el del Génesis, por decirlo en una palabra?

          ¿Cree lo cuántico que ha llegado la hora de explicar y aclarar, con absoluta seguridad y certeza, que lo material, lo objetivo y “palpable” de la vida, puede surgir de lo inmaterial, de la nada más o menos visible? ¿O no es de la nada, ex nihilo, de un aparente vacío, de donde parece surgir este tipo de física que puede terminar por hacerse “de la otra”, de la clásica?

          ¡Le va a ser difícil lograrlo! En disyuntiva, por dos razones: O porque le queda una larguísima etapa por recorrer o porque el camino del ser vivo en su trascendencia va por otro lado.

          Mucho nos queda aun por aprender de la mecánica cuántica aunque a nosotros nos baste, de momento al menos, con lo expuesto recogido de acreditadas fuentes. Nos ha costado aceptar muchas cosas. La que más la aparente paradoja de la transición, la que va “desde la nada al todo, desde lo ínfimo de la materia a la vida plena”. Aunque podemos asegurar que leyendo y estudiando el mundo de lo cuántico hemos sentido la casi inaprensible sacudida de quien se topa con lo culminante de la física en su ensamblaje entre lo clásico con lo más nuevo.

          Mundo éste, el cuántico, que sabemos proviene, segregado, del de la física clásica aunque también, naturalmente, de la suya propia, es decir, del de la nueva física de lo ultramicroscópico. Física enigmática, sorprendente y hasta “humilde” cuando reconoce de sí misma que “parece un desafío al sentido común”.

          Todo eso lo discutían ¡recuerdan! un exiguo grupo de médicos jubilados que estaban, por razones de edad, más cerca de la metafísica y de la teología que de la cotidiana realidad. Lo que no debe extrañarnos ya que esos “rabadanes” sabían que la física en sus diversas formas les iba a superar en exactitud y en rigor matemático en todo momento; en aras de lo cual reclamaban para sí el mundo de los sentimientos, el de las emociones, el de la trascendencia, valores, todos ellos, inmanentes a la condición humana. 




          Addenda:

          Una ulterior consideración que puede parecer marginal ¡pero que no lo es! porque invita a la reflexión a los estudiantes y a los profesores de las Escuelas de Medicina.

          Se dice en ella: Los mecanismos tan distintos que controlan la estructura y el funcionamiento de la materia deberían haber ofrecido a la biomedicina nuevas perspectivas de lo que son la salud y la enfermedad. Sin embargo, aun después de los descubrimientos de la física cuántica, a los estudiantes de medicina y de biología se les sigue enseñando a ver el cuerpo como una máquina física que opera según los principios de la física de Newton.


          Grave fallo éste del que venimos alertando a la clase médica desde hace tiempo -con poco éxito, por cierto- a la que hemos aconsejado que modifique sus estructuras y sus hábitos porque anclada en lo tradicional permanecen alejada, hoy por hoy, de las nuevas tendencias en las que, convincente y esperanzadora, la física cuántica ocupa un preeminente lugar.

miércoles, 13 de enero de 2016

Don Tadeo de El Hierro

Sorprendido ante su originalidad, y con admiración, escrito dedicado a Don Tadeo Casañas, “el ordeñador de nubes” que salvó a la gente de El Hierro de la sequía de 1948 quien con 97 años aun vive a l5 de Diciembre de 2015.

Práctica reproducción, con escasos añadidos, a un artículo de Ander Izaguirre publicado en el periódico El Mundo el 10 de Diciembre del 2015.

Don Tadeo tuvo una idea. Cortó varias piteras (1) -las hojas largas, duras y acanaladas del agave (2) - y montó un acueducto rústico desde el techo de brezos (3) hasta un aljibe en el que solían recoger lluvia y que estaba seco desde hacía meses. En pocas horas se llenó con el goteo de la niebla (5).

-Les dije a mis vecinos que les llevaría agua hasta sus casas, si me dejaban unas planchas de zinc, las que usaban como techo de las cuadras.

Montó las planchas para recoger más agua de los brezos, instaló una tubería que le cedió el Ayuntamiento y consiguió un chorro que bajaba desde la montaña hasta el pueblecito de Tiñor: daba 14 litros por minuto. En plena sequía, Don Tadeo ordeñó la niebla y salvó a sus vecinos.

Don Tadeo insiste en que no inventó nada. Él simplemente observaba nubes (6) y leía libros.

-A mí me llaman el sabio de El Hierro y yo lo que soy es un ignorante muy grande. Ahora me estoy muriendo, pero molesto a la gente con preguntas porque quiero saber un poco más. Casi no fui a la escuela, sólo aprendí a leer y las cuatro reglas, pero leía mucho, sobre todo El Quijote y los libros de Historia.

Yo sabía que los bimbaches (7) sacaban agua de la niebla. Lo contaron los primeros conquistadores europeos, los normandos Bethencourt y La Salle, y muchos se lo tomaron a chufla. A principios del siglo XV explicaron que en la isla de Ezero, hoy El Hierro, los aborígenes bimbaches tenían «un árbol sobre el cual todas las tardes se sienta una nube blanca, que destila agua por las hojas abajo, de la cual beben los vecinos y todos sus ganados». Las crónicas castellanas, cien años después, repitieron la historia de la isla «seca y estéril» a la que Dios había provisto con un «árbol milagroso» que daba agua. Los nativos lo llamaban garoé (8) y excavaban estanques en su base para acumular el líquido. Pero El Hierro era la isla más occidental, el fin del mundo conocido, un territorio casi mitológico. Y la historia del árbol milagroso sonaba como tantos relatos de los mundos recién descubiertos: pura invención, para autores racionalistas como Feijóo.

No era magia, no era leyenda. Es física, sencilla y hermosa: los vientos alisios (9) chocan con la cara norte de El Hierro, el aire húmedo sube por la ladera y se va condensando un mar de nubes. El árbol garoé crece en un emplazamiento perfecto: a mil metros de altitud, en la parte más alta del barranco de Tigulate, una hendidura por la que sube la niebla desde la costa hasta la montaña. Es un tilo, árbol tiliáceo (árboles y arbustos de regiones templadas y tropicales, con hojas alternas, flores en cimas complejas en las axilas de las hojas y frutos en nuez o en cápsulas cuyas flores son la tila, flor del tilo) de tronco esbelto que se abre en una copa amplia y ramificada: ideal para atrapar el vapor, que se condensa en las ramas y empieza a gotear. El árbol está siempre empapado, rebozado de musgo, sobre una tierra húmeda, blanda, olorosa. Y en su base se ven las albercas excavadas por los bimbaches, depósitos de tres y cuatro metros de profundidad, donde se acumulaba -donde se sigue acumulando- el agua del árbol milagroso.

Un ventarrón derribó el garoé legendario en 1610. El tilo actual lo plantaron en el mismo sitio en 1949, poco después del experimento de Don Tadeo con los brezos. Y hubo otros atrapanieblas en los años posteriores que observaban las brumas (nieblas, especialmente las que se forman sobre el mar) elegían los árboles adecuados y excavaban depósitos debajo de ellos, como cuenta el ingeniero Isidoro Sánchez. Habla de la sabina (10) del pastor Juan Bartolo, que obtenía agua abundante para sus rebaños, o la sabina del guarda Zósimo Hernández, que recogía miles de litros en dos depósitos, para dar de beber a los cientos de romeros que cada cuatro años cruzan la isla bailando y portando a hombros la imagen de la Virgen de los Reyes.

Los herreños dependían del ingenio de un pastor o de un guarda para no pasar sed. Y no tenía por qué ser así. La sed era una consecuencia política, consecuencia de una cierta organización social, según el geógrafo Carlos Santiago Martín.

En las zonas medias y altas de El Hierro llueve tanto como en Pamplona, Burgos o Huesca. Pero la isla es muy joven: un montón de rocas volcánicas que acaban de emerger, un terreno que aún no se ha compactado, y las aguas se escurren por las grietas hacia el subsuelo. No hay ríos, no hay lagos, pero bastaban unos pozos para extraer agua abundante de los acuíferos. Martín explica que los grandes propietarios de tierras de El Hierro nunca quisieron invertir en tecnologías hidráulicas y que frenaron cualquier amago de obra pública. Con los pozos escasos que ellos controlaban, les bastaba para mantener su ganado y sus cultivos, incluso vendían agua a los campesinos. «La posesión de agua es una extraordinaria herramienta de poder», escribe Martín. En la década de 1970, cuando algunos propietarios quisieron ampliar la producción de plátanos para exportarlos, se perforaron los primeros grandes pozos. Hasta entonces, los herreños se las apañaban con métodos rudimentarios: acumulaban agua en los huecos de los troncos, en pequeños estanques en el monte, en los patios de las casas. Y cuando llegaba un año seco, ¡ay!

-Teníamos que bajar con una garrafa hasta la fuente de Timijiraque, que está en la orilla del mar, llenarla y vuelta -dice una anciana en Casa Goyo, el bar que está cerca de la casa de Don Tadeo, a mil metros de altitud sobre el mar, a mil metros sobre la fuente.

Medio siglo después, Ricardo Gil es capaz de ordeñarle miles de litros diarios a la niebla con un invento sencillo, y también se lamenta de la falta de apoyo para desarrollarlo. Gil nació en Venezuela hace 54 años, hijo de una de aquellas parejas canarias que precisamente emigraron por las sequías, la pobreza, la falta de oportunidades, y ahora vive y tiene ideas en Tenerife.

Muy cerca del árbol garoé, en la cumbre de Ventejís, se levantan seis rectángulos verdes como seis fichas de dominó, de cuatro metros de altura. Son los captadores de niebla inventados por Gil: estructuras de aluminio envueltas en una red mosquitera. Se inspiró en las redes atrapanieblas que tendían los chilenos en el desierto, y desarrolló este modelo tridimensional que resiste vientos más fuertes.

-Cuanto más veloz pasa la niebla, más gotas deja en las mallas. Antes había que plegar los captadores en cuanto soplaba un poco fuerte, pero nuestro modelo soporta vientos de alerta naranja, hasta 70 km/h. Y gracias a eso hemos pasado de recoger una máxima de 140 litros diarios con un captador, a recoger 1.350.

El goteo de los seis captadores de Ventejís se acumula en una gran piscina, como reserva para incendios. Pero Agua de Niebla, la empresa de Gil, también obtiene agua para consumo humano en los 27 captadores que colocaron en Gran Canaria. Empezaron a embotellarla y venderla en 2014, con el nombre de Alisios.

-Es un agua muy pura, porque la recogemos de las nubes sin que toque el suelo. Así que tiene muy pocos minerales. Por eso es un agua perfecta para hacer té o café, porque no añade nada al sabor original. Y estamos haciendo pruebas para producir cerveza con agua de niebla, también ginebra, whisky, vodka.

Recogen el agua de niebla en las Canarias, pero Gil dice que sería fácil instalar «huertos hídricos» en muchos otros lugares.

-Llegamos a recoger 35.000 litros de agua potable en un día, en una superficie de apenas 350 metros cuadrados. Eso se podría multiplicar mucho. Y es una tecnología sencilla y baratísima, que no consume ninguna energía, no produce residuos, no agota los recursos hídricos. Tiene un potencial enorme. Pero necesitamos estudios, un mapa de nieblas, necesitamos financiación para fabricar más captadores y permisos para instalarlos... Tenemos un recurso muy abundante, sabemos obtenerlo de manera sencilla, solo falta que nos hagan caso.

Yo no inventé nada, dice Gil varias veces, sólo copié a la naturaleza: viento, niebla y un obstáculo para que las gotas se condensen.

-Yo no inventé nada -dice Don Tadeo, incorporado en su sofá, agarrándose al andador-. Se gastan millones para llevar agua de un sitio a otro, y en las cumbres se está perdiendo toda esa agua de niebla que podría bajar sola. En la montaña la niebla viene rabiando. Hasta las pestañas producen agua, cuando la bruma -niebla- choca con ellas. Sólo hay que recogerla.


1.- pitera: pita, planta amarilidácea (nombre aplicado a las plantas de la familia de la amarilis y del narciso, con bulbo o rizomas y flores solitarias o en umbela; ornamentales muchas de ellas) oriunda de México, de hojas radicales grandes, carnosas, en pirámide triangular, con espinas en el margen y en la punta, color verde claro, y flores amarillentas en ramilletes sobre un bohordo (tallo que sale del centro de una planta herbácea sosteniendo la flor; como el lirio o el narciso) central o pitón, que no se desarrolla hasta que la planta tiene ya muchos años, pero entonces se eleva en pocos días a la altura de seis o siete metros. Vive en terrenos secos (Agave americana). Aunque también es conocida esta planta en las islas con los indoamericanismos henequén y maguén (este último en Tenerife, procedente de la voz taína -voz que se aplica a los individuos de un pueblo indio que habitó en las Antillas, así como a su lengua o sus cosas- maguey) tradicionalmente la denominación más frecuente ha sido la de pitera.

2.- agave: nombre común de diversos arbustos de la familia amarilidáceas género Agave. Es una planta crasa, de gran tamaño y con hojas carnosas. Originaria de América tropical, crece en las regiones cálidas y mediterráneas. Con sus hojas se fabrican fibras textiles y con su savia se elaboran diversas bebidas alcohólicas (pulque, tequila y mezcal).

3.- brezo: nombre común de diferentes arbustos de la familia ericáceas, género Erica. Se caracterizan por sus hojas aciculares persistentes, flores blancas o rosadas y frutos capsulares. Suelen crecer formando grandes matorrales, que constituyen la etapa de sustitución de las formaciones arbóreas cuando éstas se degradan.

4.- ericáceo: se aplica a las plantas de la familia del brezo y del madroño, que son principalmente arbustos o arbolitos con especies en todo el mundo, de hojas simples, a menudo persistentes, flores en inflorescencias y fruto en cápsulas o baya.

5.- niebla: nube en contacto con la tierra y que oscurece más o menos la atmósfera.

6.- nube: agrupación de pequeñas gotas de agua o cristales de hielo suspendidos en la atmósfera que se forman por la condensación, sobre partículas en suspensión, del vapor de agua procedente de la evaporación del agua de mares y otras grandes masas acuosas. La presencia de agua o hielo depende de la temperatura atmosférica.

7.- bimbache, bembacho, bimbacho, bimbapa, bimbape, bimbapo (De origen prehispánico). Antiguo habitante de la isla de El Hierro cuando fue conquistada.

8.- garoe o garoé, gan, garao, garoa, garre, garsé, haroe: árbol mítico que según los historiadores destilaba agua la cual se recogía en una alberca colocada al pie. “Árbol Santo”, así llamado por los conquistadores, que ofrece la propiedad, hoy perfectamente explicada por la ciencia, de condensar las nubes que besan sus altas copas, produciendo regular cantidad de agua cuidadosamente recogidas en unas piscinas de toba o tosca -concreción caliza muy porosa formada al depositarse la cal que llevan las aguas de algunos manantiales en los sitios por donde pasan- labrada en su subsuelo y cuya porción era bastante para subvenir las necesidades del entonces reducido vecindario herreño.

9.- alisios, vientos: vientos fijos que soplan en la zona tórrida (aplicado al clima o a la temperatura y a los países por ellos, extraordinariamente calurosos por estar en la zona geográfica situada a ambos lados del Ecuador), procedentes del nordeste o del sudeste según el hemisferio.

10.- sabina: cedro de Canarias, árbol cupresáceo que puede alcanzar hasta los quince metros de altura, endémico de Canarias y Madeira, de tronco grueso y torcido, corteza fisurada, ramas más o menos colgantes, muchas veces deformadas por el viento, y madera liviana, resistente y olorosa.

11.- cedro: nombre común de diversas especies arbóreas pertenecientes a la familia pináceas, género Cedrus. Se caracterizan por su tronco grueso y derecho, ramas horizontales, hojas aciculares persistentes agrupadas en fascículos y piñas erectas con escamas caedizas. Nombre común de diversas especies arbóreas pertenecientes a los géneros Juniperus y Cedrela.

sábado, 19 de septiembre de 2015

PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN.-

ABDO ANTONIO HAGE MADE

          Soy médico, por la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Madrid.

          Promoción de 1956.

          Segundo hijo, con dos hermanas, de padres libaneses.

          Natural de Las Palmas de Gran Canaria. Tengo nacionalidad española.

          Nací el día 17 de Julio de 1932. Fui bautizado en la Basílica de la Villa de Teror, según consta en el acta de nacimiento que Certifica D. Agustín Manrique de Lara y del Castillo Olivares, Juez Municipal del Distrito de Vegueta de la Ciudad de Las Palmas.

          Posiblemente por problemas que los escasos residentes libaneses de entonces, encontraron para trasladar palabras y escrituras genuinamente árabes al español, quienes, para añadir mayores dificultades, no contaban con representación oficial de ningún tipo en las Islas ya que el Consulado del Líbano fue creado en Las Palmas muchos años más tarde, aunque seguro que por otras razones más que se me escapan, fui inscrito como “Abdu Antonio Hague Diud, hijo de D. Toufic Hague Zaive y de Dª Louisa Diud Morón; siendo sus abuelos paternos D. Darwich Hague y Dª Rosa Zaive y por la materna de D. Made Diud y Dª María Morón”.

          Permítanme dejar constancia aquí, de unos datos entresacados de los pocos documentos familiares que poseo con los que intento encontrar ayuda en la búsqueda de nuestra genealogía y de los nombres con los que somos conocidos. Y, todo ello, porque lamentablemente e ¡imperdonablemente! no fui capaz en su momento de analizar y de concretar con mis progenitores un asunto que a estas alturas de la vida estimo apasionante conocer.   

          En resumen, son los que siguen:

          Acte de Baptême:

          Le père Antoine Hajj après avoir consulté le registre des Baptême de la communauté Aintoura Metn a constaté que Toufic Fils de Darwiche Moussa Farès Hajj et de Wardeh Farès Zouheib a reçu le saint Sacrement de baptême...

          En date du dis du mois de Décembre l‘an mille neuf cent cinq, a reçu le Saint Sacrement de baptême la nommée Luoise fille de Daoud Yousuf Françis Maddi, et de sa mère Badoura fille de Sassine Maroun de Bitneri...

          Acte de Mariage:

          Moi, le curé Girgis Mouhanna Curé de la Paroisse Saint Elie Jisr El Pache du Diocès Maronite de Beyrouth, atteste d´après le registre de l´Eglise que Monsieur Toufic Hajj du village d´Antoura Matn. a recu la bénédiction nuptiale avec Loisa Fille se Daoud Francis de Bet- Mirri du curé Nemettallah Libanais, le parrain était Nicolas Touma, la marraine Chamesse Fille de Assad Zokeib, en date du 18 Juin 1920...

          Mi pequeña familia adoptó, en su momento, la filiación oficial que se seguía en España, es decir, nombre y dos apellidos; tomados, uno del padre y otro de la madre, lo que no era coincidente con lo habitual en el Líbano.  

          Nuestra filiación, la de mis dos hermanas y la mía, quedó definitivamente establecida de la siguiente manera:
      
          Paulina, Abdo Antonio y Teresa Hage Made.
         
          Llevar a estas alturas a sus justos términos, aclarándolos, asuntos genealógicos tan complejos y confusos, con las limitadas pruebas documentales y la falta de cooperación que poseo, me parece una ímproba labor que no estoy en condiciones de  alcanzar porque necesitaría de una información adicional que ni está en mis manos ni veo el modo de obtenerla, porque mis padres no están ya con nosotros y porque la familia se encuentra muy dispersa, en gran parte fuera del Líbano, porque muchos libaneses de entonces como es bien conocido fueron emigrantes laboriosos y serios que encontraron su El Dorado y una alta consideración fuera de su País.

          Permítanme que continúe la Presentación y que deje para más adelante las aclaraciones que he dejado pendientes:

          Joven, con dieciséis años, salí de Canarias para iniciar mi formación profesional.

          Llegué a la Universidad, fuera de las Islas, con mi documentación oficial donde se reconocía que mi nombre era Abdo Antonio Hage Made. Así empezó a tratarme la nueva y numerosa gente que fui conociendo y que encontró más fácil llamarme Antonio que Abdo; lo contrario a lo que sucedía con mis condiscípulos canarios que siguieron empleando preferentemente el Abu con el que me habían conocido.  

          La mayor satisfacción de mi paso por la Facultad de Medicina la obtuve de la enseñanza profesional y el ejemplo que recibí del Profesor Jiménez Díaz en su Escuela Médica de Madrid que estaba en la cumbre de la medicina en nuestro País.  

          Allí permanecí durante siete años. Tres como alumno interno y cuatro más como médico con la categoría de Jefe Clínico intentando aprender todo lo que la Medicina Interna ofrece al más alto nivel. En particular, la que enseña en sus Sesiones Clínicas donde se ve de todo: lo sencillo y lo complejo; lo habitual, estudiado y enriquecido en discusión abierta y lo excepcional nunca visto.

          Terminada mi preparación ¡hasta donde se termina una preparación de esta categoría! decidimos mi mujer y yo, pues ya me había casado, regresar a Canarias para comenzar una nueva andadura profesional.      

          Mi esposa era una “casi colega”. Trabajaba como Enfermera Auxiliar de Clínica en el Hospital donde personalmente me formé. Lo hacía -y así se le reconocía- con el beneplácito de todos porque demostraba competencia, afabilidad y un especial cuidado con  los enfermos que la tenían en la más alta consideración mostrándole, además, un gran cariño.

          Tuvimos suerte al regreso porque conseguí, casi de inmediato, tras Concurso de Méritos, plaza como médico titular en un pueblo de Tenerife, en Candelaria. Constaba éste de un núcleo central marinero pequeño, con poca riqueza, pero en su conjunto muy rico porque abarcaba a cinco importantes pedanías prósperas y con muchos recursos. Un pueblo universalmente conocido porque alberga y en él se venera a la Patrona de las Islas Canarias. Su crecimiento en los últimos años, a causa del turismo y a su proximidad a la Capital de la Isla, que necesitaba expansión, ha sido espectacular.  

          Allí, donde permanecí con mi familia durante ochos años, caí de pie. Por razones que en estos casos no aparecen nunca claras alcancé un alto prestigio dentro de la comunidad que, además, por cuestiones aún más difíciles de explicar, sintió siempre orgullo -y así, abiertamente, lo proclamaba- del médico de su pueblo, “de D. Antonio”. Nombre con el que desde ese momento, y ya invariablemente, fui conocido en todos los ámbitos, en los comarcales y en los insulares.

          Por razones familiares -ya teníamos cinco hijos- y por justas ambiciones personales, concurrí y obtuve, en Concurso Público de Méritos, plaza de médico de la Seguridad Social en la Capital de la Provincia, donde “abrí”, además, Consulta privada.

          Tras años de ejercicio profesional -primero en el pueblo y luego en la ciudad- obtuve, mediante nuevo Concurso Público, una Plaza de Jefe de Servicio del Hospital General y Clínico de Tenerife así como una de Profesor Encargado de Curso de Medicina Interna, con Nivel A, en la Facultad de Medicina.

          Por entonces, preparaba la Tesis Doctoral sobre “Estudio Ultraestructural y Óptico de la Mucosa Gástrica en los enfermos con Cirrosis Hepática”, que auspiciaba mi dilecto amigo el Dr. Pedro de las Casas, quien me facilitó los enfermos que precisé, así como los medios personales y técnicos de su Servicio, para la presentación de la misma.

          Me jubilé a los setenta años después de más de cuarenta de ininterrumpido trabajo oficial aunque continué ejerciendo la medicina, con carácter privado, unos nueve años más, porque tiempo atrás, con un pequeño grupo de compañeros médicos, habíamos creado y puesto en funcionamiento la más importante Clínica Privada de la Provincia en la que continué mi actividad profesional a un ritmo de trabajo diferente, pero muy satisfactorio, hasta la definitiva jubilación en la que me encuentro.

          Retomaré por ello ahora, lo que he dejado atrás donde he transcrito la poca documentación cierta en la que me he apoyado en un intento de encontrar la ascendencia familiar, reconociendo, con tristeza, que estoy más en conjeturas que en certezas.

          En base a lo cual me pregunto:

          ¿Por qué el apellido Hajj, único que en los pocos documentos expuestos se aproxima en escritura y en fonética a Hage, pudo devenir, si es que devino, en éste?

          El apellido Hage, es oriundo de Centro Europa. De Los Países Bajos, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Por lo que me resulta extraño que sea el mismo al que me vengo refiriendo cuando, además, nada he encontrado escrito en todo lo consultado que diga que el Líbano lo tomó de Europa. Estimo más acertado considerarlo genuinamente árabe y posiblemente con el mismo significado e intercambiable con Hajj, con El Hajj y con El Hage. Intercambio que según lo leído parece factible, aunque Hajj con el prefijo El tenga connotación diferente ya que así escrito “El Hajj” se aplica casi exclusivamente a los musulmanes que han realizado, al menos una vez en su vida, la peregrinación a la Meca.

          Esto último podría haber sido -y entro abiertamente en el terreno de las conjeturas- la razón que movió a mi familia a sustituir el apellido Hajj por el de Hage o El Hage. Para que no fuese motivo de dudas o de confusiones ya que mis padres y su familia eran cristianos maronitas cumplidores estrictos de la religión católica y nada tenían que ver con el Islam. Hecho que los hijos conocimos de primera mano al observar el rezo diario de mis padres en nuestra casa así como su asistencia puntual a la Misa Semanal, además del cumplimiento riguroso del ayuno en la Fiesta Pascual, corroborado todo ello por lo que recogen las copias de las actas de bautismo y matrimonio ya expuestas.

          Otra pregunta debo añadir a lo anterior. Es la concerniente a los nombres. En particular el de mi padre y el mío porque tenemos nombres árabes sin equivalentes en español lo que ha dado lugar a mucha confusión. Al contrario a lo que ha sucedido con los de mi madre y hermanas -Luisa, Paulina y Teresa respectivamente- en las que no existen dudas de identificación ya que sus nombres son universalmente aceptados en todas las latitudes.

          Para todo esto he de hacer una breve aclaración previa, imprescindible, tomada en parte de explicaciones escuchadas a mi padre:

             “en el Líbano, el nombre completo de una persona sólo necesita de su nombre seguido por el del padre. El hijo mayor, por lo general, da a su primer hijo el nombre de su propio padre, lo que confirma para el abuelo la continuidad de su línea durante toda su vida. De hecho, antes de que sean casados o tengan hijos, a los hombres libaneses pueden llamárseles “el padre de...”, nombre de su propio padre, anunciando con anticipación el nombre que va a tener su hijo. La esposa, al casarse, pasa a tomar el apellido del marido como ocurre en el sistema de identidad anglosajón, francés y en otros muchos lugares donde, incluso, ninguna ley regula la norma. Hasta tal punto son así las cosas que por ejemplo, en Suecia, la pareja decide el orden de inscripción de los hijos y si no existe acuerdo se registra al niño con el apellido de su madre.

          En muchos países, especialmente americanos de habla hispana, también en España, existe la costumbre de castellanizar los nombres árabes, asimilándolos a un nombre español según su proximidad fonética y según el criterio del funcionario de turno del País receptor dándole a los emigrantes nuevos nombres tan alejados a veces de los suyos reales que el asunto ha abocado a conocidos y jocundos chistes, aunque las más de las veces a serias e importantes confusiones que dificultad el análisis cuando pasan los años”.

          Razonando sobre parte de lo expuesto, he llegado a la conclusión de que el nombre de mi padre no era como figura en el acta de nacimiento extractada que dice: Toufic Hajj, intercambiado luego este último por Hage o por El Hage; era, y así debió haber sido registrado, Toufic Darwiche Hage, o El Hage, como en alguna ocasión escuché que lo llamaban, si no me equivoco al interpretar estas cuestiones (El prefijo El y Al, que en español son nuestro articulo el, la, las, los... se solía añadir a los nombres árabes, aunque su uso haya decaído).

          En cuanto al mío, el asunto es más confuso aún porque en la documentación no aparece ni el Toufic ni el Darwiche por parte alguna al no haberse aplicado conmigo la costumbre de inscripción árabe antes expuesta, llamándome todos en mi casa, desde mi nacimiento, Abboud o Abbud sin más; es decir, sin añadir ni el Toufic ni el Darwiche a mi nombre, desconociendo las causas, que, además, han terminado por transformarlo en el hoy oficial Abdo parecido al Abdu con el que fui inscrito y con el que alguna relación, que desconozco, podría tener.  

          El asunto es complejo porque: en el Acta de Nacimiento figuro inscrito, repito, como Abdu. En mi casa me llamaban Abboud o Abbud, que los amigos simplificaron por el Abu -con acento en la u- con el que empezaron, y continuaron luego, llamándome. Y ahora figuro, de forma definitiva y en todo tipo de documentación oficial, como Abdo porque de esta manera aparece registrado, incluso, en el Consulado del Líbano de Las Palmas.

          Con respecto a todo esto, he de decir que en nombres mi preferencia personal es, cuando se emplea el tono y la modulación debidas, Abboud, porque así lo escuché durante toda mi infancia y juventud en mi casa y a los integrantes de la colonia árabe allegada y porque todavía, así con la entonación que sólo un árabe pronuncia adecuadamente, lo oigo con satisfacción a los miembros de la gran familia libanesa, siria, palestina y demás integrada en las Islas donde mis amigos próximos siguen empleando el Abu que aunque áspero al oído sigue resultándome igualmente familiar y grato. Abdu no lo he vuelto a ver en ningún otro lugar ni se emplea para nada. En cuanto a Abdo, al que me he ido acostumbrando porque es una adquisición de la madurez y la oficialidad, diré que lo he asumido y que lo utilizo ya a todos los efectos.

          Permítanme que complete esta Presentación con unas palabras dedicadas a mi familia. Un homenaje que debo a mis padres y a mis dos hermanas, todos ellos desaparecidos ya.   

          No sé si lo que pretendo compendiar sobre la vida de nuestra familia se entenderá porque la exposición encierra dificultades. Trato de exponerlo como si se tratase de una realidad concreta cuando en esencia es sólo una abstracción que quiere interpretar el encaje en la sociedad española de unos extranjeros árabes, de mis padres y de sus hijos, éstos tan canarios y tan españoles como los que más.

          Nuestra “aventura” la iniciaron mis padres que fueron, como tantos libaneses, ilusionados emigrantes que llegaron a África, en concreto a Liberia, a hacer fortuna. La obtuvieron tras unos pocos años de duro trabajo porque mi padre fue un laborioso comerciante que puso en explotación una plantación de café cuya producción vendía a importantes Compañías inglesas receptoras ubicadas en el propio país africano, en su capital, en Monrovia.

          Mi padre tenía, entre otras virtudes, una asombrosa capacidad para los números, para los cálculos y para todo tipo de operaciones matemáticas sin recurrir al papel y al lápiz. Era capaz de “operar” con grandes magnitudes empleando sólo la cabeza y me contaba regocijado que mientras el operario de turno ajustaba el peso de la mercancía que recibía y el valor total de la misma, él ya daba el resultado exacto -que  realizaba sobre la marcha y sin equívoco alguno- adelantándose a las operaciones que practicaba el contable que lo miraba asombrado.     

          Con el aceptable capital ahorrado en libras oro, mis padres decidieron regresar a su País aunque haciendo escala en Canarias, en Las Palmas, porque mi madre, en gestación avanzada, iba a dar a luz a su primer hijo.

          Allí vivieron de las rentas, con holgura, aunque tuvieron que trastocar sus planes porque tuvieron dos hijos más y porque invirtieron mal, aconsejados por frívolos amigos, en negocios ruinosos. Uno de los cuales fue la compra de un hotel que mis padres no sabían que estaba embargado del que sólo rescataron un juego de dominó cuya historia contaba con regocijo mi padre -¡era un optimista que entonces podía reírse de estas cosas!- cada vez que invitaba a alguien a una partida que comenzaba así: “estas fichas de dominó son muy valiosas, me costaron...” y daba el valor del hotel que había perdido. A nosotros nos mostró en su día, además, una gran bandeja de plata que también había salvado de la “quema”.

          Desde Las Palmas mi familia tuvo que trasladarse a vivir a Tenerife. Mis padres, habían financiado a un compatriota un negocio de tejidos que éste decidió explotar en la que decía era la mejor zona de la Isla de Tenerife, en Güímar. Lo que era cierto porque por entonces esa Villa -hoy Ciudad- era el pueblo más próspero del sur de la Isla. Pero tuvieron que romper con el socio porque llevó tan mal el negocio que terminó arruinándolo. Lo despidieron, sin que saliera mal pagado, y se hicieron cargo del mismo, con éxito, al convertirlo en el más importante de toda la zona sur de la Isla.

          Comenzaba así el definitivo arraigo de la familia en Canarias y  mi visión personal, mi abstracción como he adelantado, compartida con mis hermanas que tenían sentimientos semejantes a los míos. Una historia familiar que comenzaba en nosotros mismos, en los hijos de nuestros padres, valga la redundancia, que junto a ellos fuimos
sus iniciadores.

          Mi abstracción se concretaba en la visión de lo que yo personalmente sentía sobre qué éramos y en dónde nos encontrábamos: éramos unos canarios, unos españoles, con padres árabes, cuya familia comenzaba -repito- en nosotros mismos en las Islas. Porque no conocíamos más familia ni más ancestros salvo algún esporádico encuentro con algún lejano pariente. La fantasía consistía en haberme inventado el comienzo de una genealogía que empezaba con nosotros que la iniciábamos; que nacía en el entorno favorable de una buena gente de un pueblo que nos trataba como parte de si mismos. Nosotros entramos en el “juego” sin complejos de ninguna clase, estimando natural lo que sucedía y Güímar nos aceptó considerándonos unos canarios más a los que había que acoger porque los habíamos elegido para vivir entre ellos.

          La simbiosis no ofreció dificultades porque nosotros fuimos unos niños del pueblo normales y porque nuestros padres -inteligentes, bondadosos, agradecidos- se acomodaron con suma facilidad a su nueva vida, integrándose en un ambiente sumamente acogedor para ellos.

          Mis padres eran unas personas fundamentalmente buenas que atesoraban otras virtudes que han quedado en el recuerdo de quienes les conocieron hasta el punto de que cuando todavía ahora pregunto a alguien de la época ¿conoció usted a mi madre? Invariablemente me contesta “Hombre, Dª Luisa, ¡toda una señora! ¡La persona más bondadosa que hemos conocido por aquí! Podría contarle muchas de las ayudas a necesitados que le vi hacer Era, además, ¡una belleza! Los que la conocimos nunca nos hemos podido olvidar de ella.” Palabras, y especialmente el énfasis de como son pronunciadas que revelan claramente todo lo que quieren decir sobre quien fue una mujer inolvidable y que me relevan de expresar mis sentimientos sobre la persona que más he querido en la vida.

          Mi padre fue un hombre de su época, con cultura para el tiempo en que vivió. Siempre lo conocí leyendo, especialmente la Prensa de su País a la que estaba suscrito y que recibía periódicamente. Primero desde el Líbano y luego desde Egipto. Recuerdo el nombre de su periódico favorito, se llamaba Al Ahram. En él colaboró con esporádicos artículos sobre temas locales que le aceptaron siempre. La capacidad que demostraba para los números era asombrosa, como ya he contado; a mí, que estudiaba Bachillerato, me resolvió difíciles problemas de Matemáticas dándome el resultado final correcto aunque los pasos intermedios hasta llegar a la resolución final no podía explicármelos con detalle. Era cumplidor estricto en el trabajo al que no faltó ningún día. Hacía vida familiar en su casa en la que con frecuencia había algún invitado con el que se sentaba a dialogar por las tardes en la terraza o en el jardín al tiempo de degustar un vaso de arac, bebida que conseguía con dificultades, al que acompañaba con múltiples pequeños platos de aperitivos de la cocina árabe que preparaba mi madre como usualmente se acostumbraba a hacer en su País. Su amenidad y buen humor eran proverbiales. En las fiestas que celebrábamos recuerdo cómo nos deleitaba con algún tipo de baile o canción del Líbano que entonaba muy bien. Tenía, además, una especial cualidad innata: era un poeta recitador de “zajales” (el zajal es un canto improvisado del Líbano entre dos contrincantes que no es propiamente un zéjel) divertidos y amenos, a veces profundos, contra el oponente de turno y resultaba asombroso cómo podía hacerlo no sólo en lengua árabe sino también en la española que le ofrecía mayores dificultades. El Ayuntamiento de Güímar le homenajeó, tras su fallecimiento, con una Placa Conmemorativa.

          Mis padres, resumo, fueron unas personas buenas que hicieron grata la vida, no sólo a sus hijos, también a cuantos los trataron. Con ellos, sus hijos conseguimos hacer realidad la abstracción, la fantasía de haber creado una naciente y original genealogía que a partir de ese momento se ha multiplicado hasta contar con numerosos nietos que más pronto que tarde, pueden proporcionarnos biznietos que sigan la tradición familiar.     

          Mis hermanas, fueron dos magníficas mujeres, inteligentes y buenas que contribuyeron siempre a la cohesión de la familia. La mayor, Paulina, desinteresada hasta la exageración, era especialmente inteligente como lo demostró siempre y mientras estudiaba. Tere, la más pequeña, dedicó su vida al prójimo; era una bendita a la que se dirigían todos en busca de ayuda y consuelo.

          Maye, y Paquita su hija, estuvieron siempre ayudando a mi madre y, desde que nacimos nosotros, cuidándonos. Con una lealtad y entrega que hemos intentado pagarles siempre utilizando idéntica moneda.        

          Cierro esta Presentación con unas pocas palabras sobre mi mujer y sobres mis hijos. Éstos, María José, María Elena, Antonio Abdo, María Cruz y José Carlos, cinco magníficos vástagos, comparten entre si más virtudes que defectos. Son generosos, desinteresados, emprendedores y sobre todo afectuosos y optimistas. Todos ellos, con hijos ¡benditos nietos! que en la misma estela, han contribuido a que la familia siga estando unida y mantenga su tono de siempre.                    
                                      
          Mi mujer, merece tratamiento aparte. Es una aragonesa con las virtudes de su raza que yo resumo en el valor y en las convicciones. Ha trabajado incansablemente sin haberle escuchado una sola queja. Ha ayudado siempre a cuantos lo han necesitado. Ha disculpado todas las debilidades y nunca ha vuelto la cara ante los contratiempos que ha procurado resolver sola sin pedir nada a cambio. Sin su apoyo, sin su cariño, sin su entrega; “sin ella”, en una palabra, la familia hubiera sido otra cosa. ¡Gracias, María Cruz, por cuanto nos has dado!