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sábado, 19 de septiembre de 2015

PRESENTACIÓN

PRESENTACIÓN.-

ABDO ANTONIO HAGE MADE

          Soy médico, por la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Madrid.

          Promoción de 1956.

          Segundo hijo, con dos hermanas, de padres libaneses.

          Natural de Las Palmas de Gran Canaria. Tengo nacionalidad española.

          Nací el día 17 de Julio de 1932. Fui bautizado en la Basílica de la Villa de Teror, según consta en el acta de nacimiento que Certifica D. Agustín Manrique de Lara y del Castillo Olivares, Juez Municipal del Distrito de Vegueta de la Ciudad de Las Palmas.

          Posiblemente por problemas que los escasos residentes libaneses de entonces, encontraron para trasladar palabras y escrituras genuinamente árabes al español, quienes, para añadir mayores dificultades, no contaban con representación oficial de ningún tipo en las Islas ya que el Consulado del Líbano fue creado en Las Palmas muchos años más tarde, aunque seguro que por otras razones más que se me escapan, fui inscrito como “Abdu Antonio Hague Diud, hijo de D. Toufic Hague Zaive y de Dª Louisa Diud Morón; siendo sus abuelos paternos D. Darwich Hague y Dª Rosa Zaive y por la materna de D. Made Diud y Dª María Morón”.

          Permítanme dejar constancia aquí, de unos datos entresacados de los pocos documentos familiares que poseo con los que intento encontrar ayuda en la búsqueda de nuestra genealogía y de los nombres con los que somos conocidos. Y, todo ello, porque lamentablemente e ¡imperdonablemente! no fui capaz en su momento de analizar y de concretar con mis progenitores un asunto que a estas alturas de la vida estimo apasionante conocer.   

          En resumen, son los que siguen:

          Acte de Baptême:

          Le père Antoine Hajj après avoir consulté le registre des Baptême de la communauté Aintoura Metn a constaté que Toufic Fils de Darwiche Moussa Farès Hajj et de Wardeh Farès Zouheib a reçu le saint Sacrement de baptême...

          En date du dis du mois de Décembre l‘an mille neuf cent cinq, a reçu le Saint Sacrement de baptême la nommée Luoise fille de Daoud Yousuf Françis Maddi, et de sa mère Badoura fille de Sassine Maroun de Bitneri...

          Acte de Mariage:

          Moi, le curé Girgis Mouhanna Curé de la Paroisse Saint Elie Jisr El Pache du Diocès Maronite de Beyrouth, atteste d´après le registre de l´Eglise que Monsieur Toufic Hajj du village d´Antoura Matn. a recu la bénédiction nuptiale avec Loisa Fille se Daoud Francis de Bet- Mirri du curé Nemettallah Libanais, le parrain était Nicolas Touma, la marraine Chamesse Fille de Assad Zokeib, en date du 18 Juin 1920...

          Mi pequeña familia adoptó, en su momento, la filiación oficial que se seguía en España, es decir, nombre y dos apellidos; tomados, uno del padre y otro de la madre, lo que no era coincidente con lo habitual en el Líbano.  

          Nuestra filiación, la de mis dos hermanas y la mía, quedó definitivamente establecida de la siguiente manera:
      
          Paulina, Abdo Antonio y Teresa Hage Made.
         
          Llevar a estas alturas a sus justos términos, aclarándolos, asuntos genealógicos tan complejos y confusos, con las limitadas pruebas documentales y la falta de cooperación que poseo, me parece una ímproba labor que no estoy en condiciones de  alcanzar porque necesitaría de una información adicional que ni está en mis manos ni veo el modo de obtenerla, porque mis padres no están ya con nosotros y porque la familia se encuentra muy dispersa, en gran parte fuera del Líbano, porque muchos libaneses de entonces como es bien conocido fueron emigrantes laboriosos y serios que encontraron su El Dorado y una alta consideración fuera de su País.

          Permítanme que continúe la Presentación y que deje para más adelante las aclaraciones que he dejado pendientes:

          Joven, con dieciséis años, salí de Canarias para iniciar mi formación profesional.

          Llegué a la Universidad, fuera de las Islas, con mi documentación oficial donde se reconocía que mi nombre era Abdo Antonio Hage Made. Así empezó a tratarme la nueva y numerosa gente que fui conociendo y que encontró más fácil llamarme Antonio que Abdo; lo contrario a lo que sucedía con mis condiscípulos canarios que siguieron empleando preferentemente el Abu con el que me habían conocido.  

          La mayor satisfacción de mi paso por la Facultad de Medicina la obtuve de la enseñanza profesional y el ejemplo que recibí del Profesor Jiménez Díaz en su Escuela Médica de Madrid que estaba en la cumbre de la medicina en nuestro País.  

          Allí permanecí durante siete años. Tres como alumno interno y cuatro más como médico con la categoría de Jefe Clínico intentando aprender todo lo que la Medicina Interna ofrece al más alto nivel. En particular, la que enseña en sus Sesiones Clínicas donde se ve de todo: lo sencillo y lo complejo; lo habitual, estudiado y enriquecido en discusión abierta y lo excepcional nunca visto.

          Terminada mi preparación ¡hasta donde se termina una preparación de esta categoría! decidimos mi mujer y yo, pues ya me había casado, regresar a Canarias para comenzar una nueva andadura profesional.      

          Mi esposa era una “casi colega”. Trabajaba como Enfermera Auxiliar de Clínica en el Hospital donde personalmente me formé. Lo hacía -y así se le reconocía- con el beneplácito de todos porque demostraba competencia, afabilidad y un especial cuidado con  los enfermos que la tenían en la más alta consideración mostrándole, además, un gran cariño.

          Tuvimos suerte al regreso porque conseguí, casi de inmediato, tras Concurso de Méritos, plaza como médico titular en un pueblo de Tenerife, en Candelaria. Constaba éste de un núcleo central marinero pequeño, con poca riqueza, pero en su conjunto muy rico porque abarcaba a cinco importantes pedanías prósperas y con muchos recursos. Un pueblo universalmente conocido porque alberga y en él se venera a la Patrona de las Islas Canarias. Su crecimiento en los últimos años, a causa del turismo y a su proximidad a la Capital de la Isla, que necesitaba expansión, ha sido espectacular.  

          Allí, donde permanecí con mi familia durante ochos años, caí de pie. Por razones que en estos casos no aparecen nunca claras alcancé un alto prestigio dentro de la comunidad que, además, por cuestiones aún más difíciles de explicar, sintió siempre orgullo -y así, abiertamente, lo proclamaba- del médico de su pueblo, “de D. Antonio”. Nombre con el que desde ese momento, y ya invariablemente, fui conocido en todos los ámbitos, en los comarcales y en los insulares.

          Por razones familiares -ya teníamos cinco hijos- y por justas ambiciones personales, concurrí y obtuve, en Concurso Público de Méritos, plaza de médico de la Seguridad Social en la Capital de la Provincia, donde “abrí”, además, Consulta privada.

          Tras años de ejercicio profesional -primero en el pueblo y luego en la ciudad- obtuve, mediante nuevo Concurso Público, una Plaza de Jefe de Servicio del Hospital General y Clínico de Tenerife así como una de Profesor Encargado de Curso de Medicina Interna, con Nivel A, en la Facultad de Medicina.

          Por entonces, preparaba la Tesis Doctoral sobre “Estudio Ultraestructural y Óptico de la Mucosa Gástrica en los enfermos con Cirrosis Hepática”, que auspiciaba mi dilecto amigo el Dr. Pedro de las Casas, quien me facilitó los enfermos que precisé, así como los medios personales y técnicos de su Servicio, para la presentación de la misma.

          Me jubilé a los setenta años después de más de cuarenta de ininterrumpido trabajo oficial aunque continué ejerciendo la medicina, con carácter privado, unos nueve años más, porque tiempo atrás, con un pequeño grupo de compañeros médicos, habíamos creado y puesto en funcionamiento la más importante Clínica Privada de la Provincia en la que continué mi actividad profesional a un ritmo de trabajo diferente, pero muy satisfactorio, hasta la definitiva jubilación en la que me encuentro.

          Retomaré por ello ahora, lo que he dejado atrás donde he transcrito la poca documentación cierta en la que me he apoyado en un intento de encontrar la ascendencia familiar, reconociendo, con tristeza, que estoy más en conjeturas que en certezas.

          En base a lo cual me pregunto:

          ¿Por qué el apellido Hajj, único que en los pocos documentos expuestos se aproxima en escritura y en fonética a Hage, pudo devenir, si es que devino, en éste?

          El apellido Hage, es oriundo de Centro Europa. De Los Países Bajos, Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Por lo que me resulta extraño que sea el mismo al que me vengo refiriendo cuando, además, nada he encontrado escrito en todo lo consultado que diga que el Líbano lo tomó de Europa. Estimo más acertado considerarlo genuinamente árabe y posiblemente con el mismo significado e intercambiable con Hajj, con El Hajj y con El Hage. Intercambio que según lo leído parece factible, aunque Hajj con el prefijo El tenga connotación diferente ya que así escrito “El Hajj” se aplica casi exclusivamente a los musulmanes que han realizado, al menos una vez en su vida, la peregrinación a la Meca.

          Esto último podría haber sido -y entro abiertamente en el terreno de las conjeturas- la razón que movió a mi familia a sustituir el apellido Hajj por el de Hage o El Hage. Para que no fuese motivo de dudas o de confusiones ya que mis padres y su familia eran cristianos maronitas cumplidores estrictos de la religión católica y nada tenían que ver con el Islam. Hecho que los hijos conocimos de primera mano al observar el rezo diario de mis padres en nuestra casa así como su asistencia puntual a la Misa Semanal, además del cumplimiento riguroso del ayuno en la Fiesta Pascual, corroborado todo ello por lo que recogen las copias de las actas de bautismo y matrimonio ya expuestas.

          Otra pregunta debo añadir a lo anterior. Es la concerniente a los nombres. En particular el de mi padre y el mío porque tenemos nombres árabes sin equivalentes en español lo que ha dado lugar a mucha confusión. Al contrario a lo que ha sucedido con los de mi madre y hermanas -Luisa, Paulina y Teresa respectivamente- en las que no existen dudas de identificación ya que sus nombres son universalmente aceptados en todas las latitudes.

          Para todo esto he de hacer una breve aclaración previa, imprescindible, tomada en parte de explicaciones escuchadas a mi padre:

             “en el Líbano, el nombre completo de una persona sólo necesita de su nombre seguido por el del padre. El hijo mayor, por lo general, da a su primer hijo el nombre de su propio padre, lo que confirma para el abuelo la continuidad de su línea durante toda su vida. De hecho, antes de que sean casados o tengan hijos, a los hombres libaneses pueden llamárseles “el padre de...”, nombre de su propio padre, anunciando con anticipación el nombre que va a tener su hijo. La esposa, al casarse, pasa a tomar el apellido del marido como ocurre en el sistema de identidad anglosajón, francés y en otros muchos lugares donde, incluso, ninguna ley regula la norma. Hasta tal punto son así las cosas que por ejemplo, en Suecia, la pareja decide el orden de inscripción de los hijos y si no existe acuerdo se registra al niño con el apellido de su madre.

          En muchos países, especialmente americanos de habla hispana, también en España, existe la costumbre de castellanizar los nombres árabes, asimilándolos a un nombre español según su proximidad fonética y según el criterio del funcionario de turno del País receptor dándole a los emigrantes nuevos nombres tan alejados a veces de los suyos reales que el asunto ha abocado a conocidos y jocundos chistes, aunque las más de las veces a serias e importantes confusiones que dificultad el análisis cuando pasan los años”.

          Razonando sobre parte de lo expuesto, he llegado a la conclusión de que el nombre de mi padre no era como figura en el acta de nacimiento extractada que dice: Toufic Hajj, intercambiado luego este último por Hage o por El Hage; era, y así debió haber sido registrado, Toufic Darwiche Hage, o El Hage, como en alguna ocasión escuché que lo llamaban, si no me equivoco al interpretar estas cuestiones (El prefijo El y Al, que en español son nuestro articulo el, la, las, los... se solía añadir a los nombres árabes, aunque su uso haya decaído).

          En cuanto al mío, el asunto es más confuso aún porque en la documentación no aparece ni el Toufic ni el Darwiche por parte alguna al no haberse aplicado conmigo la costumbre de inscripción árabe antes expuesta, llamándome todos en mi casa, desde mi nacimiento, Abboud o Abbud sin más; es decir, sin añadir ni el Toufic ni el Darwiche a mi nombre, desconociendo las causas, que, además, han terminado por transformarlo en el hoy oficial Abdo parecido al Abdu con el que fui inscrito y con el que alguna relación, que desconozco, podría tener.  

          El asunto es complejo porque: en el Acta de Nacimiento figuro inscrito, repito, como Abdu. En mi casa me llamaban Abboud o Abbud, que los amigos simplificaron por el Abu -con acento en la u- con el que empezaron, y continuaron luego, llamándome. Y ahora figuro, de forma definitiva y en todo tipo de documentación oficial, como Abdo porque de esta manera aparece registrado, incluso, en el Consulado del Líbano de Las Palmas.

          Con respecto a todo esto, he de decir que en nombres mi preferencia personal es, cuando se emplea el tono y la modulación debidas, Abboud, porque así lo escuché durante toda mi infancia y juventud en mi casa y a los integrantes de la colonia árabe allegada y porque todavía, así con la entonación que sólo un árabe pronuncia adecuadamente, lo oigo con satisfacción a los miembros de la gran familia libanesa, siria, palestina y demás integrada en las Islas donde mis amigos próximos siguen empleando el Abu que aunque áspero al oído sigue resultándome igualmente familiar y grato. Abdu no lo he vuelto a ver en ningún otro lugar ni se emplea para nada. En cuanto a Abdo, al que me he ido acostumbrando porque es una adquisición de la madurez y la oficialidad, diré que lo he asumido y que lo utilizo ya a todos los efectos.

          Permítanme que complete esta Presentación con unas palabras dedicadas a mi familia. Un homenaje que debo a mis padres y a mis dos hermanas, todos ellos desaparecidos ya.   

          No sé si lo que pretendo compendiar sobre la vida de nuestra familia se entenderá porque la exposición encierra dificultades. Trato de exponerlo como si se tratase de una realidad concreta cuando en esencia es sólo una abstracción que quiere interpretar el encaje en la sociedad española de unos extranjeros árabes, de mis padres y de sus hijos, éstos tan canarios y tan españoles como los que más.

          Nuestra “aventura” la iniciaron mis padres que fueron, como tantos libaneses, ilusionados emigrantes que llegaron a África, en concreto a Liberia, a hacer fortuna. La obtuvieron tras unos pocos años de duro trabajo porque mi padre fue un laborioso comerciante que puso en explotación una plantación de café cuya producción vendía a importantes Compañías inglesas receptoras ubicadas en el propio país africano, en su capital, en Monrovia.

          Mi padre tenía, entre otras virtudes, una asombrosa capacidad para los números, para los cálculos y para todo tipo de operaciones matemáticas sin recurrir al papel y al lápiz. Era capaz de “operar” con grandes magnitudes empleando sólo la cabeza y me contaba regocijado que mientras el operario de turno ajustaba el peso de la mercancía que recibía y el valor total de la misma, él ya daba el resultado exacto -que  realizaba sobre la marcha y sin equívoco alguno- adelantándose a las operaciones que practicaba el contable que lo miraba asombrado.     

          Con el aceptable capital ahorrado en libras oro, mis padres decidieron regresar a su País aunque haciendo escala en Canarias, en Las Palmas, porque mi madre, en gestación avanzada, iba a dar a luz a su primer hijo.

          Allí vivieron de las rentas, con holgura, aunque tuvieron que trastocar sus planes porque tuvieron dos hijos más y porque invirtieron mal, aconsejados por frívolos amigos, en negocios ruinosos. Uno de los cuales fue la compra de un hotel que mis padres no sabían que estaba embargado del que sólo rescataron un juego de dominó cuya historia contaba con regocijo mi padre -¡era un optimista que entonces podía reírse de estas cosas!- cada vez que invitaba a alguien a una partida que comenzaba así: “estas fichas de dominó son muy valiosas, me costaron...” y daba el valor del hotel que había perdido. A nosotros nos mostró en su día, además, una gran bandeja de plata que también había salvado de la “quema”.

          Desde Las Palmas mi familia tuvo que trasladarse a vivir a Tenerife. Mis padres, habían financiado a un compatriota un negocio de tejidos que éste decidió explotar en la que decía era la mejor zona de la Isla de Tenerife, en Güímar. Lo que era cierto porque por entonces esa Villa -hoy Ciudad- era el pueblo más próspero del sur de la Isla. Pero tuvieron que romper con el socio porque llevó tan mal el negocio que terminó arruinándolo. Lo despidieron, sin que saliera mal pagado, y se hicieron cargo del mismo, con éxito, al convertirlo en el más importante de toda la zona sur de la Isla.

          Comenzaba así el definitivo arraigo de la familia en Canarias y  mi visión personal, mi abstracción como he adelantado, compartida con mis hermanas que tenían sentimientos semejantes a los míos. Una historia familiar que comenzaba en nosotros mismos, en los hijos de nuestros padres, valga la redundancia, que junto a ellos fuimos
sus iniciadores.

          Mi abstracción se concretaba en la visión de lo que yo personalmente sentía sobre qué éramos y en dónde nos encontrábamos: éramos unos canarios, unos españoles, con padres árabes, cuya familia comenzaba -repito- en nosotros mismos en las Islas. Porque no conocíamos más familia ni más ancestros salvo algún esporádico encuentro con algún lejano pariente. La fantasía consistía en haberme inventado el comienzo de una genealogía que empezaba con nosotros que la iniciábamos; que nacía en el entorno favorable de una buena gente de un pueblo que nos trataba como parte de si mismos. Nosotros entramos en el “juego” sin complejos de ninguna clase, estimando natural lo que sucedía y Güímar nos aceptó considerándonos unos canarios más a los que había que acoger porque los habíamos elegido para vivir entre ellos.

          La simbiosis no ofreció dificultades porque nosotros fuimos unos niños del pueblo normales y porque nuestros padres -inteligentes, bondadosos, agradecidos- se acomodaron con suma facilidad a su nueva vida, integrándose en un ambiente sumamente acogedor para ellos.

          Mis padres eran unas personas fundamentalmente buenas que atesoraban otras virtudes que han quedado en el recuerdo de quienes les conocieron hasta el punto de que cuando todavía ahora pregunto a alguien de la época ¿conoció usted a mi madre? Invariablemente me contesta “Hombre, Dª Luisa, ¡toda una señora! ¡La persona más bondadosa que hemos conocido por aquí! Podría contarle muchas de las ayudas a necesitados que le vi hacer Era, además, ¡una belleza! Los que la conocimos nunca nos hemos podido olvidar de ella.” Palabras, y especialmente el énfasis de como son pronunciadas que revelan claramente todo lo que quieren decir sobre quien fue una mujer inolvidable y que me relevan de expresar mis sentimientos sobre la persona que más he querido en la vida.

          Mi padre fue un hombre de su época, con cultura para el tiempo en que vivió. Siempre lo conocí leyendo, especialmente la Prensa de su País a la que estaba suscrito y que recibía periódicamente. Primero desde el Líbano y luego desde Egipto. Recuerdo el nombre de su periódico favorito, se llamaba Al Ahram. En él colaboró con esporádicos artículos sobre temas locales que le aceptaron siempre. La capacidad que demostraba para los números era asombrosa, como ya he contado; a mí, que estudiaba Bachillerato, me resolvió difíciles problemas de Matemáticas dándome el resultado final correcto aunque los pasos intermedios hasta llegar a la resolución final no podía explicármelos con detalle. Era cumplidor estricto en el trabajo al que no faltó ningún día. Hacía vida familiar en su casa en la que con frecuencia había algún invitado con el que se sentaba a dialogar por las tardes en la terraza o en el jardín al tiempo de degustar un vaso de arac, bebida que conseguía con dificultades, al que acompañaba con múltiples pequeños platos de aperitivos de la cocina árabe que preparaba mi madre como usualmente se acostumbraba a hacer en su País. Su amenidad y buen humor eran proverbiales. En las fiestas que celebrábamos recuerdo cómo nos deleitaba con algún tipo de baile o canción del Líbano que entonaba muy bien. Tenía, además, una especial cualidad innata: era un poeta recitador de “zajales” (el zajal es un canto improvisado del Líbano entre dos contrincantes que no es propiamente un zéjel) divertidos y amenos, a veces profundos, contra el oponente de turno y resultaba asombroso cómo podía hacerlo no sólo en lengua árabe sino también en la española que le ofrecía mayores dificultades. El Ayuntamiento de Güímar le homenajeó, tras su fallecimiento, con una Placa Conmemorativa.

          Mis padres, resumo, fueron unas personas buenas que hicieron grata la vida, no sólo a sus hijos, también a cuantos los trataron. Con ellos, sus hijos conseguimos hacer realidad la abstracción, la fantasía de haber creado una naciente y original genealogía que a partir de ese momento se ha multiplicado hasta contar con numerosos nietos que más pronto que tarde, pueden proporcionarnos biznietos que sigan la tradición familiar.     

          Mis hermanas, fueron dos magníficas mujeres, inteligentes y buenas que contribuyeron siempre a la cohesión de la familia. La mayor, Paulina, desinteresada hasta la exageración, era especialmente inteligente como lo demostró siempre y mientras estudiaba. Tere, la más pequeña, dedicó su vida al prójimo; era una bendita a la que se dirigían todos en busca de ayuda y consuelo.

          Maye, y Paquita su hija, estuvieron siempre ayudando a mi madre y, desde que nacimos nosotros, cuidándonos. Con una lealtad y entrega que hemos intentado pagarles siempre utilizando idéntica moneda.        

          Cierro esta Presentación con unas pocas palabras sobre mi mujer y sobres mis hijos. Éstos, María José, María Elena, Antonio Abdo, María Cruz y José Carlos, cinco magníficos vástagos, comparten entre si más virtudes que defectos. Son generosos, desinteresados, emprendedores y sobre todo afectuosos y optimistas. Todos ellos, con hijos ¡benditos nietos! que en la misma estela, han contribuido a que la familia siga estando unida y mantenga su tono de siempre.                    
                                      
          Mi mujer, merece tratamiento aparte. Es una aragonesa con las virtudes de su raza que yo resumo en el valor y en las convicciones. Ha trabajado incansablemente sin haberle escuchado una sola queja. Ha ayudado siempre a cuantos lo han necesitado. Ha disculpado todas las debilidades y nunca ha vuelto la cara ante los contratiempos que ha procurado resolver sola sin pedir nada a cambio. Sin su apoyo, sin su cariño, sin su entrega; “sin ella”, en una palabra, la familia hubiera sido otra cosa. ¡Gracias, María Cruz, por cuanto nos has dado!